lunes, 22 de diciembre de 2014

Estimada señorita

Es una curiosa carta de amor. Primero hay que leerla normal, es algo cursi, eso sí... Y luego seguid las instrucciones que pondré abajo, justo tras acabar la carta. Ahí va:

Estimada señorita:
Son de tal magnitud mis deseos de for-
malizar mis relaciones con Ud. que gozo en comu-
nicarla a todas horas del día, que daría mi po-
bre corazón perturbado ante una joven tan be-
lla, por dar gusto a mis grandes y poderosos co-
nocimientos que se ven atravesados por agui-
jones. He sido informado de que Ud. es tan pu-
ra, así como amable, modesta, simpática y boni-
ta, que espero que no oponga resistencia a mi na-
tural carisma, mi gallarda presencia y mi gar-
bo, que es capaz de destrozar el más fuerte co-
razón, que sienta tan solo un leve y mínimo cari-
ño. Esperando a unirnos sentimentalmente y pre-
ferentemente sin más demora, permítame acompa-
ñarla a la hora y sitio que usted tenga por gusto.

Un admirador.


Bien, ahora se lee la "carta oculta" jejeje: leer de nuevo pero solo las líneas impares; la primera, luego la tercera, la quinta... y veréis que la carta no es tan cursi, aunque sí algo zafia y burda, pero en fin, se trata de un simple chiste jajajajaja Chulo

domingo, 5 de febrero de 2012

Para qué decir nada

*

No veas. Siente.

No llores. Ríe.

No corras. Chuta.

Gol.
*

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Manifiesto "En defensa de los derechos fundamentales en internet"

El manifiesto ha surgido como respuesta a noticias como las siguientes:

* "Se ha abierto la puerta a la censura en la Red"
* Cultura bloqueará las páginas de enlaces P2P
* El Gobierno mete el corte de Red contra la "piratería" en la Ley de Economía Sostenible
* La música mató el juicio justo
* Involucionismo digital, la vergüenza de la democracia o el gobierno de Los Otros
* El creador de la web advierte que cortar internet por los derechos de autor es "cruel e inusual"
* Proyecto de Ley de Economía Sostenible y los cortes de internet

Copio el manifiesto:

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de Internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que:

  1. Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.
  2. La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.
  3. La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.
  4. La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.
  5. Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.
  6. Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.
  7. Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.
  8. Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.
  9. Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.
  10. En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.
Sacado de aquí: http://www.enriquedans.com/2009/12/manifiesto-en-defensa-de-los-derechos-fundamentales-en-internet.html

sábado, 11 de abril de 2009

El discurso del Presidente

Interesante anécdota relatada por el neurólogo Oliver Sacks en su libro "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero". Una afasia es una disfunción en los centros o circuitos del cerenro que imposibilita o disminuye la capacidad de comunicarse mediante el lenguaje oral, la escritura o los signos, conservando la inteligencia y los órganos fonatorios. ¿Qué sucede cuando un afásico escucha el discurso de un político? ¿Pueden los políticos engañar a los afásicos? La anécdota siguiente, vivida por Oliver Sacks con un grupo de afásicos del centro donde trabajó, puede darnos alguna pista interesante...



El discurso del Presidente

¿Qué pasaba? Carcajadas estruendosas en el pabellón de afasia, precisamente cuando transmitían el discurso del Presidente. Habían mostrado todos tantos deseos de oír hablar al Presidente... Allí estaba, el viejo Encantador, el Actor, con su retórica habitual, el histrionismo, el toque sentimental... y los pacientes riéndose a carcajadas convulsivas. Bueno, todos no: los había que parecían desconcertados, y otros como ofendidos, uno o dos parecían recelosos, pero la mayoría parecían estar divertiéndose muchísimo. El Presidente conmovía, como siempre, a sus conciudadanos... pero los movía, al parecer, más que nada, a reírse. ¿Qué podían estar pensando los pacientes? ¿No le entenderían? ¿Le entenderían, quizás, demasiado bien?

Solía decirse de estos pacientes, que aunque inteligentes padecían la afasia global o receptiva más grave —la que incapacita para entender las palabras en cuanto tales—, que a pesar de eso entendían la mayor parte de lo que se les decía. A sus amistades, a sus parientes, a las enfermeras que los conocían bien, les resultaba difícil creer a veces que fuesen afásicos.

Esto se debía a que si les hablabas con naturalidad captaban una parte o la mayoría del significado. Y, naturalmente, uno habla «naturalmente».

En consecuencia, el neurólogo tenía que esforzarse muchísimo para demostrar su afasia, hablar y actuar no-naturalmente, para eliminar todas las claves extraverbales, el tono de voz, la entonación, la inflexión o el énfasis indicadores, y además todas las claves visuales (expresiones, gestos, actitud y repertorio personales, predominantemente inconscientes; había que eliminar todo esto (lo que podía entrañar ocultamiento total de la propia persona y despersonalización total de la propia voz, teniendo que llegar incluso a servirse de un sintetizador de voz electrónico) con objeto de reducir el habla a las puras palabras, sin rastro siquiera de lo que Frege llamó «colorido de timbre» (Klangenfarben) o «evocación». Sólo con este género de habla groseramente artificial y mecánica (bastante parecida a la de los ordenadores de la serie de televisión Star Trek) podía estar uno plenamente seguro, con los pacientes más sensibles, de que padecían afasia de verdad.

¿Por qué todo esto? Porque el habla (el habla natural) no consiste sólo en palabras ni (como pensaba Hughlings Jackson) sólo en «proposiciones». Consiste en expresión (una manifestación externa de todo el sentido con todo el propio ser), cuya comprensión entraña infinitamente más que la mera identificación de las palabras. Ésta era la clave de aquella capacidad de entender de los afásicos, aunque no entendiesen en absoluto el sentido de las palabras en cuanto tales.

Porque, aunque las palabras, las construcciones verbales, no pudiesen transmitir nada, per se, el lenguaje hablado suele estar impregnado de «tono», engastado en una expresividad que excede lo verbal... y es esa expresividad, precisamente, esa expresividad tan profunda, tan diversa, tan compleja, tan sutil, lo que se mantiene intacto en la afasia, aunque desaparezca la capacidad de entender las palabras. Intacto... y a menudo más: inexplicablemente potenciado...

Esto es algo que captan claramente (con frecuencia del modo más chocante o cómico o espectacular) todos los que trabajan o viven con afásicos: familiares, amistades, enfermeras, médicos. Puede que al principio no nos fijemos mucho; pero luego vemos que ha habido un gran cambio, casi una inversión, en su comprensión del habla. Ha desaparecido algo, está destruido, no hay duda... pero hay otra cosa, en su lugar, inmensamente potenciada, de modo que (al menos en la expresión cargada de emotividad) el paciente puede captar plenamente el sentido aunque no capte ni una sola palabra. Esto, en nuestra especie Homo loquens, parece casi una inversión del orden habitual de las cosas: una inversión, y quizás también una reversión, a algo más primitivo y más elemental. Quizás sea por esto por lo que Hughlings Jackson comparó a los afásicos con los perros (¡una comparación que podría ofender a ambos!) aunque cuando lo hizo pensaba más que nada en sus deficiencias lingüísticas, y no en esa sensibilidad tan notable, casi infalible, para apreciar el «tono» y el sentimiento. Henry Head, más sensible a este respecto, habla de «tono-sentimiento» en su tratado sobre la afasia (1926) y destaca cómo se mantiene, y con frecuencia se potencia, en los afásicos.

De ahí la sensación que yo tengo a veces, que tenemos todos los que trabajamos en estrecho contacto con afásicos, de que a un afásico no se

le puede mentir. El afásico no es capaz de entender las palabras, y precisamente por eso no se le puede engañar con ellas; ahora bien, él lo que capta lo capta con una precisión infalible, y lo que capta es esa expresión que acompaña a las palabras, esa expresividad involuntaria, espontánea, completa, que nunca se puede deformar o falsear con tanta facilidad como las palabras...

Comprobamos esto en los perros, y los utilizamos muchas veces con este fin, para desenmascarar la falsedad, o la mala intención, o las intenciones equívocas, para que nos indiquen de quién se puede uno fiar, quién es íntegro, quién es de confianza, cuando, debido a que somos tan susceptibles a las palabras, no podemos fiarnos de nuestros instintos.

Y lo que un perro es capaz de hacer en este campo, son capaces de hacerlo también los afásicos, y a un nivel humano e inconmensurablemente superior. «Se puede mentir con la boca», escribe Nietzsche, «pero la expresión que acompaña a las palabras dice la verdad». Los afásicos son increíblemente sensibles a esa expresión, a cualquier falsedad o impropiedad en la actitud o la apariencia corporal.

Y si no pueden verlo a uno (esto es especialmente notorio en el caso de los afásicos ciegos) tienen un oído infalible para todos los matices vocales, para el tono, el timbre, el ritmo, las cadencias, la música, las entonaciones, inflexiones y modulaciones sutilísimas que pueden dar (o quitar) verosimilitud a la voz de un ser humano.

En eso se fundamenta, pues, su capacidad de entender... Entender, sin palabras, lo que es auténtico y lo que no. Eran, pues, las muecas, los histrionismos, los gestos falsos y, sobre todo, las cadencias y tonos falsos de la voz, lo que sonaba a falsedad para aquellos pacientes sin palabras pero inmensamente perceptivos. Mis pacientes afásicos reaccionaban ante aquellas incorrecciones e incongruencias tan notorias, tan grotescas incluso, porque no los engañaban ni podían engañarlos las palabras.

Por eso se reían tanto del discurso del Presidente.

Si uno no puede mentirle a un afásico, debido a esa sensibilidad suya tan peculiar para la expresión y el «tono», ¿cómo es, podríamos preguntarnos, que pasará con los pacientes (si los hay) que carezcan totalmente del sentido de la expresión y el «tono», aunque conserven, intacta, la capacidad de entender las palabras, pacientes de un tipo exactamente opuesto? Tenemos también pacientes de este tipo en el pabellón de afasia, a pesar de que, técnicamente, no tengan afasia, sino, por el contrario, una forma de agnosia, concretamente la llamada agnosia «tonal». En el caso de estos pacientes lo que desaparece es la capacidad de captar las cualidades expresivas de las voces (el tono, el timbre, el sentimiento, todo su carácter) mientras que se entienden perfectamente las palabras (y las construcciones gramaticales). Estas agnosias tonales o («aprosodias») siguen a trastornos del lóbulo temporal derecho del cerebro, y las afasias a los del lóbulo temporal izquierdo.

Entre los pacientes con agnosia tonal de nuestro pabellón de afasia que escuchaban también el discurso del Presidente se encontraba Emily D., que tenía un glioma en el lóbulo temporal derecho. Emily D., que había sido profesora de inglés y poetisa de una cierta fama, con una sensibilidad muy especial para el lenguaje, y gran capacidad de análisis y de expresión, pudo explicar la situación opuesta: lo que le parecía el discurso del Presidente a una persona con agnosia tonal.

Emily D. no podía captar ya si había cólera, alegría o tristeza en una voz... Y como las voces carecían de expresión, tenía que fijarse en las caras, las posturas y los movimientos de las personas cuando hablaban, y lo hacía dedicándoles una atención, una concentración, que nunca les había dedicado. Pero daba la casualidad de que también en esto se veía limitada, porque tenía un glaucoma maligno y estaba perdiendo vista muy rápidamente.

Entonces descubrió que lo que tenía que hacer era prestar muchísima atención al sentido preciso de las palabras y de su uso, y procurar que las personas con las que se relacionaba hiciesen exactamente lo mismo. Cada día que pasaba le era más difícil entender el lenguaje desenfadado, el argot (el lenguaje de género alusivo o

emotivo) y pedía cada vez más a sus interlocutores que hablasen en prosa, «que dijesen las palabras exactas en el orden exacto». Con la prosa descubrió que podría compensar, en cierta medida, la pérdida del tono o del sentimiento.

De este modo podía conservar, potenciar incluso, el uso del lenguaje «expresivo» (en el que el sentido lo aportaban únicamente la elección y la relación exactas de las palabras) a pesar de que fuese perdiendo la capacidad para entender lenguaje «evocativo» (en el que el significado sólo viene dado por la clase y el sentido del tono).

Emily D. oyó también, impasible, el discurso del Presidente, afrontándolo con una extraña mezcla de percepciones potenciadas y disminuidas... precisamente la contraria de la de nuestros afásicos. El discurso no la conmovió (ningún discurso la conmovía ya) y se le pasó por alto todo lo que pudiese haber en él de evocativo, genuino o falso.

Privada de reacción emotiva, ¿la conmovió, pues (como a todos nosotros) o la engañó el discurso?

—No es convincente —dijo—. No habla buena prosa. Utiliza las palabras de forma incorrecta. O tiene una lesión cerebral o nos oculta algo.

Así que el discurso del Presidente no tuvo eficacia en el caso de Emily D. debido a su sentido potenciado del uso formal del lenguaje, de su coherencia como prosa, igual que no lo tuvo con nuestros afásicos, sordos a las palabras pero con una mayor sensibilidad para el tono.

Ésa era, pues, la paradoja del discurso del Presidente. A nosotros, individuos normales... con la ayuda, indudable, de nuestro deseo de que nos engañaran, se nos engañaba genuina y plenamente («Populus vult decipi, ergo decipiatur»). Y el uso engañoso de las palabras se combinaba con el tono engañoso tan taimadamente que sólo los que tenían lesión cerebral permanecían inmunes, desengañados.

jueves, 2 de abril de 2009

Razonamientos acelerados (una especie de cuento)

Nada que ver con sucesos reales... Es pura literatura... Pero la reflexión implícita en este relato es interesante jejeje...

RAZONAMIENTOS ACELERADOS

Y yo digo: Tengo razones para creer que mi mujer me engaña. Pido a Dios que no sea así, porque si no voy a matarla. Ayer la vi con ese tío... Sé que era ella. No voy a permitir que siga riéndose a mis espaldas. La voy a matar; tengo que matarla.

Digo yo: Una mujer murió ayer en la calle Canguro. Fuentes oficiales sospechan que fue asesinada, porque recibió 31 puñaladas. El asesinato se cometió, al parecer, entre las 3 y las 6 de la madrugada; o bien a las 12 del mediodía. La policía continúa con las investigaciones. No hay sospechosos, pero por algún sitio debe andar suelto un asesino, dice la policía.

Y digo yo: ¿La mato o no la mato? Porque si la mato... ¿Y si me pillan?

Yo digo: ¿Quién ha ganado las elecciones?

Y digo: La mejor hora para matarla es entre las 3 y las 6 de la madrugada; porque si la mato a las 12 del mediodía... ¡es de día! ¿Cómo la mato? Sí, claro; de un manotazo... pero la zorra de mi mujer tiene la piel muy dura. Compraré una pistola, o la robaré. O se la pido a mi abogado. Lo haré con una pistola, para estar más seguro de mi éxito.

Digo: Última hora. La mujer que murió ayer en la calle Canguro no murió de 31 puñaladas, como se había supuesto en un primer momento; murió de un disparo en la cabeza. En cualquier caso, la policía sigue pensando que se trata de un asesinato. Se descarta el suicidio, porque el arma del crimen se encontraba en la mano de la víctima.

Sigo diciendo: Si me llevo el arma pensarán que es un suicidio, así que se la dejaré en la mano. ¡Es perfecto! Mis planes son muy ingeniosos. Pero tendré que llevar cuidado de no dejar huellas en la pistola.

Diciendo sigo: Ahora mismo me comería una tableta de chocolate. El chocolate está muy bueno, siempre me ha gustado. Y ahora, que estamos en Navidad, ¿por qué no me voy a permitir un caprichito? Mejor no. Tomaré algo frío. Es porque, con este calor, igual se me deshace el chocolate. Casi mejor me voy a la playa, a tomar un poco el sol. Además, si cambio de idea y decido tomar chocolate, puedo tomármelo en la playa: aunque se me derrita, me da igual.

Ya digo: Quizá soy un exagerado. A lo mejor mi mujer no me engaña. Resulta que como soy muy celoso, en cuanto la veo con alguien me cabreo; se me atasca el cerebro y sólo pienso en matar a alguien. Cambiaré de plan. Primero, voy a matar al imbécil que vi el otro día con ella. Y luego le pregunto a mi mujer si se ha acostado con él. Pero mi nuevo plan tiene una pega: ya he matado a mi mujer.

Digo ahora: Voy a ver la tele; creo que voy a salir en las noticias. ¡Oh! Esto es una lavadora. Bueno, tengo la ropa un poco sucia...

Ahora digo: ¿Pueden traerme una tele, por favor? ¡Y que sea deprisa! ¡O de cualquier otra marca!

Digo ya: No he matado aún a mi mujer, pero en cuanto venga la mato. Le voy a pegar una patada en el culo que va a ver.

¿Diga?: Tomates no, gracias. Están demasiado dulces. Sal. ¡No, no les pongas sal! ¡Márchate de aquí! ¡Vete de aquí!

¿Quién?: ¡Mierda! Mi mujer no viene. Y yo aquí, sin testigos. Bueno, seré optimista. Quizá este retraso me proporcione el tiempo que necesito para conseguir un arma.

¡Ajá!: Es el crimen perfecto. En las películas siempre pillan al malo, pero nadie ha pensado en mi plan.

Me digo: ¡No quiero cebollas! ¡Me recuerdan a mi mujer! Me hacen llorar. Y es que, en el fondo, soy un sentimental.

Dígame: El arroz se mastica, si uno quiere, pero está bueno. De todas formas, no por mucho masticar... amanece... bueno, llega antes al estómago. ¿Qué digo?

¿Qué digo? La zorra de mi mujer...

Dígome a mí mismo: Un pastel de chocolate es muy saludable para la salud y para que el cuerpo y la mente estén saludables, o sea, llenos de salud. Además, puedo saludar con las manos mientras me lo como a la hora del desayuno, de la merienda o de la cena. O de la comida. O entre comida y comida.

Dígome yo a mí mismo: Pero como aquí no hay pasteles, pues mato a mi mujer. Tanto monta, monta tanto...

Dígome a mí mismo yo: ¡Coño, pero si yo soy médico! Pues nada, la mataré con el bisturí. Yo doy la salud y yo la quito.

Dígome yo, yo a mí mismo: Pero... ¿quién ha ganado las elecciones? Mi gato seguro que no...

Yo a mí mismo me digo: ¡Coño, un ovni! Pero no, no es. Me he confundido. Va demasiado deprisa para ser un ovni. Más bien parece una luciérnaga.

A mí mismo me digo yo: Son las 3 y aún no he matado a mi mujer. ¿Me estaré volviendo loco? No, si al final igual voy y la perdono. Sólo faltaría eso.

A mí: Un poquito de agua... Un terroncito de azúcar... Se remueve con la cuchara... ¡Y ya está! ¡Ya tenemos el agua azucarada! ¡Con la nueva fórmula asesina, se lo digo yo!

Mí mismo: Soy un balón de baloncesto. ¿Quién es ese negro que se me acerca? ¡Oh, es el mejor jugador del mundo! ¡Oiga, por favor, vóteme! ¿Qué he dicho?

Me digo lo mismo: ¿Cómo van las elecciones?

¡Coño!: ¡Ah, coño! ¿Qué ven mis ojos? ¡Mi mujer muerta! ¡Policía, bomberos, han asesinado a mi mujer! Con lo que yo la quería.

Malo...: A ver si porque yo tenga el cuchillo se van a creer que yo la he matado. Yo sólo le he dado el último pinchacito, para asegurarme...

Yo, yo: Voy al frigo y cojo todo el chocolate. Es por si me echan a mí las culpas, no vaya a ser que en la cárcel no haya chocolate.

Y yo digo: Yo soy el que manda, porque soy todo un líder. Supongo que todos obedecerán mis órdenes.

Digo: Me gusta el chocolate, tengo dotes de mando, soy un gran líder y, además, he matad... o sea, me llevo muy bien con mi mujer y somos un matrimonio perfecto.

Digo otra vez: Ultimísima hora. Fuentes gubernamentales han asegurado que ayer no hubo ningún asesinato. Por tanto, olvídense de las noticias anteriores, porque se ha descubierto científicamente que son falsas, puesto que no hay cadáver alguno, y mucho menos con 31 puñaladas; y aún menos con un disparo en la cabeza. Además la televisión no ha estado en el lugar de los hechos, por lo que se supone que todo es un rumor.

Digo yo: Ji ji ji. ¡Qué tontos son!

Digo: Pero es lógico. Yo soy el que manda. Yo soy el número uno.

Digo otra vez: ¡Yo no he votado! Voy ahora mismo a las urnas. Aunque igual no me dejan votar. Como era la semana pasada...

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Doctor Fernández, psiquiatra: No ha experimentado progreso alguno. Ni lo va a experimentar. Está como en otro mundo: habla mucho pero no escucha nada. No presta atención al exterior.

Timador legal: ¿Está usted seguro? Yo he mantenido algunas conversaciones con él.

Doctor Fernández, psiquiatra: Él parece escucharle, pero en realidad le importa un pimiento lo que usted le diga. Él le responderá lo que le dé la gana, independientemente de lo que usted le pregunte. Está aislado, como en un mundo propio.

Timador legal: Entonces... ¿qué va a hacer con él?

Doctor Fernández, psiquiatra: Es inútil mantenerlo en el centro. No existe ninguna terapia que le capacite para llevar una vida normal.

Timador legal: ¿Quiere decir que puedo quedármelo?

Doctor Fernández, psiquiatra: Por supuesto. No creo que sirva para otra cosa.

Timador legal: Muchas gracias. Si todo va bien, cuente con una subvención especial para su centro psiquiátrico... y para su cuenta bancaria, por supuesto.

Doctor Fernández, psiquiatra: Por supuesto.

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“Y yo digo: tengo razones para creer que este país tiene recursos suficientes para salir adelante porque, digo yo, ¿acaso no podemos potenciar nuestra industria con una política económica más acertada? Y digo yo: prometiendo os prometo que si gano bajaré los impuestos, al menos un poquito, porque no se trata de gastar más, sino de despilfarrar menos. Yo digo que si ganamos las elecciones no habré ganado yo, sino que habrá ganado el pueblo... Y digo que mataremos, ¡sí, mataremos!, mataremos y eliminaremos el terrorismo, las drogas y las delincuencias... digo que lloverá allá donde sea necesario, que subiremos las pensiones y que todas las navidades habrá turrones de chocolates gratis para los pobres de aquí y del resto del mundo... ... ...”.

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Timador legal: Ya os dije que con él de cabecilla ganaríamos las elecciones. Creo, amigos míos, que tenemos presidente para rato. ¡Viva nuestro partido!

Doctor Fernández, psiquiatra: Por cierto, señor vicepresidente. No vaya a olvidar que fui yo quien le descubrió y quien se lo presentó. Espero compensaciones...

Timador legal: Por supuesto, Fernández, por supuesto. Y tenía usted razón: no servía para otra cosa.

FIN

miércoles, 25 de marzo de 2009

Profecías que se autocumplen

Como me ha parecido interesante, voy a copiar un poco del artículo de Paul Watzlawick, titulado: Profecías que se autocumplen. Dicho artículo forma parte del libro La realidad inventada, donde varios autores aportan artículos diferentes y el conjunto de todos ellos resulta atractivo de leer (en particular algunos de sus capítulos, entre ellos el que he citado de Paul Watzlawick, que es la fuente de este post).

Profecías que se autocumplen
Por Paul Watzlawick

A menudo la profecía es la causa principal del acontecimiento profetizado
Thomas Hobbes, Behemoth


Una profecía que se autocumple es una suposición o predicción que, por la sola razón de haberse hecho, convierte en realidad el suceso supuesto, esperado o profetizado y de esta manera confirma su propia "exactitud". Por ejemplo, si alguien por alguna razón supone que se lo desprecia, se comportará precisamente por eso de un modo desconfiado, insoportable, hipersensible que suscitará en los demás el propio desdén del cual el sujeto estaba convencido y que queda así "probado". Por bien conocido y corriente que sea este mecanismo, en su base hay circunstancias que de algún modo forman parte de nuestro pensamiento cotidiano y que tienen profunda y vasta significación en la imagen de la realidad que nos forjamos.

(...)

(...) en marzo de 1979 los periódicos de California comenzaron a publicar sensacionales noticias sobre una inminente reducción en el suministro de gasolina. Los automovilistas californianos se precipitaron a los surtidores para llenar sus tanques. El hecho de haberse llenado doce millones de tanques de gasolina (que en aquel momento estaban vacíos en un promedio de un 75%) agotó las enormes reservas, y de la noche a la mañana provocó la pronosticada escasez de combustible; por otro lado, a causa del afán de mantener llenos lo más posible los tanques de los automóviles (en lugar de llevarlos casi vacíos como hasta ese momento), se formaron largas colas de vehículos y la gente se pasaba horas esperando ante los surtidores; así aumentó el pánico. Luego, cuando los ánimos se calmaron, se comprobó que el suministro y distribución de gasolina en el estado de California no había disminuido de ninguna manera.

(...) La escasez nunca se habría producido si los medios de difusión no la hubieran pronosticado.

(...) consideremos el caso de un matrimonio que arrastra un largo conflicto en el cual cada uno de los miembros de la pareja supone que el cónyuge tiene originalmente la culpa de la situación, en tanto que considera su propio comportamiento sólo como una reacción a la conducta del cónyuge. La mujer se queja de que el marido se aparte de ella; él admite que así lo hace, pero sólo porque guardar silencio o abandonar la habitación es para él la única posible reacción al proceder de su mujer que permanentemente refunfuña y lo critica. Para ella, esta opinión es una tergiversación completa de los hechos: la conducta del marido es el motivo de las críticas y enojo de ella. Ambos miembros de la pareja se refieren pues a la misma realidad interpersonal pero la describen atendiendo a causas diametralmente opuestas.

(...)

Naturalmente se sobrentiende que las profecías que se autocumplen en contextos interpersonales pueden utilizarse también deliberadamente y con un fin. (...) el conocido ejemplo del casamentero en sociedades patriarcales, cuya ingrata tarea consistía en despertar el interés recíproco de dos jóvenes que, según las circunstancias, nada querían saber el uno del otro, aunque sus familias consideraban deseable el matrimonio por razones de fortuna, de posición u otros motivos impersonales. El casamentero solía proceder en estos casos del modo siguiente: iba a ver al joven y, una vez a solas, le preguntaba si no había advertido que la muchacha lo miraba insistentemente pero a hurtadillas; luego hacía lo mismo con la muchacha, a quien le aseguraba que el joven la miraba continuamente cuando ella no lo miraba. Esta predicción dada como hecho solía cumplirse muy rápidamente. También los hábiles diplomáticos conocen muy bien este modo de proceder como eficaz técnica de negociación.*

* Otra ilustración puede ser el siguiente cuento no verídico: En 1974, con motivo de una de sus innumerables visitas de mediación a Jerusalén, el ministro de Relaciones Exteriores norteamericano Kissinger sale a dar un paseo nocturno para regresar luego a su hotel. Lo aborda un joven israelí que se presenta como especialista en economía sin trabajo y pide a Kissinger que le obtenga un empleo gracias a sus numerosas relaciones. A Kissinger le agrada el solicitante y le pregunta si le gustaría ser vicepresidente del Banco de Israel. Naturalmente el joven cree que Kissinger se está burlando de él, pero éste le asegura con toda seriedad que se dará mala para conseguirle esa plaza. Al día siguiente, Kissinger llama por teléfono a París al barón Rothschild: "Tengo aquí a un joven encantador, talentoso economista que será vicepresidente del Banco de Israel, tendría usted que conocerlo; sería una joya como marido de su hija". Rothschild refunfuña algo que no suena del todo como una negativa, con lo cual Kissinger llama inmediatamente al director del Banco de Israel y le dice: "Conozco a un joven economista, muchacho brillante, precisamente el material con el cual usted podría hacer un vicepresidente de su banco... y sobre todo... imagínese usted; ¡es el futuro yerno del barón Rothschild!".

La experiencia cotidiana nos enseña que sólo muy pocas profecías se autocumplen, y los ejemplos que hemos dado hasta ahora deberían dar la razón de ello: sólo cuando se cree en una profecía, es decir, sólo cuando se la ve como un hecho que ya ha entrado, por así decirlo, en el futuro, puede la profecía influir en el presente y así cumplirse. Cuando falta este elemento de la creencia o de la convicción, falta también el efecto. Investigar cómo se construyen estas profecías y a qué mecanismos responden sobrepasaría ampliamente el marco de este ensayo. Son demasiados los factores que aquí entran en juego (...), hasta hechos curiosos como la afirmación (quizá no demostrada pero sí probable) de que desde que en febrero de 1858 Bernadette tuvo la visión de la Virgen María, solamente peregrinos, pero ningún habitante de Lourdes, fueron objeto de curas milagrosas.

(...)

Algunas de las investigaciones más seguras y elegantes de profecías que se autocumplen en la esfera de la comunicación humana están vinculadas con el nombre del psicólogo Robert Rosenthal de la Universidad de Harvard. Citemos aquí sobre todo su libro de tan acertado título Pygmalion in the Classroom, en el cual el autor comunica los resultados de sus experimentos llamados Oak-School. Se trata de una escuela de dieciocho maestras y más de seiscientos cincuenta alumnos: La profecía que se autocumple se introdujo en el cuerpo docente del modo siguiente: antes de comenzar el año escolar los alumnos debían ser sometidos a un test de inteligencia y se comunicó a las maestras que, según el test, había un 20% de alumnos que durante el año escolar harían rápidos progresos y tendrían un rendimiento por encima del término medio. Después de la administración del test de inteligencia pero antes de que las maestras entraran por primera vez en contacto con sus nuevos alumnos, se entregaron a las maestras los nombres de aquellos alumnos (en verdad la lista de esos nombres se confeccionó eligiéndolos por entero al azar) de quienes podría esperarse con seguridad un desempeño extraordinario según los tests. De esta manera, la diferencia entre estos alumnos y los demás chicos estaba solamente en la cabeza de su maestra; al terminar el año escolar se repitió el mismo test de inteligencia administrado a todos los alumnos, y efectivamente resultaron cocientes de inteligencia superiores al término medio en aquellos alumnos "especiales"; además el informe del cuerpo docente señalaba que esos niños aventajaban a sus condiscípulos también en conducta, en curiosidad intelectual, en simpatía, etc.

San Agustín agradecía a Dios por no ser responsable de sus sueños. A nosotros nos falta hoy ese consuelo. El experimento de Rosenthal es sólo un ejemplo, aunque particularmente claro, de los profundos y determinantes efectos de nuestras expectativas, prejuicios, supersticiones y deseos -es decir, construcciones puramente mentales a menudo desprovistas de todo destello de efectividad- sobre nuestros semejantes, y también es un ejemplo de las dudas que estos descubrimientos pueden suscitar sobre la cómoda suposición del sobresaliente papel que desempeñan las predisposiciones heredadas e innatas. Porque lo cierto es que estas construcciones pueden tener efectos no sólo positivos sino también negativos. Somos responsables no sólo de nuestros sueños sino también responsables de la realidad que engendra nuestros pensamientos y esperanzas.

Sería sin embargo un error creer que las profecías que se autocumplen se limitan sólo a los seres humanos. Sus efectos llegan a estadios de desarrollo prehumano y en este sentido son casi más espantosos. Aun antes de que Rosenthal realizara su experimento de Oak-School, en su libro publicado en 1966 informaba sobre un experimento análogo realizado con ratas, experimento que en los años siguientes fue repetido por muchos investigadores, quienes confirmaron los resultados. A doce participantes en una práctica de psicología experimental se les dictó un curso sobre investigaciones que demostraban (presuntamente) que mediante cría selectiva de los animales se podían obtener desempeños relativamente buenos de ratas (por ejemplo, en experiencias de aprendizaje con laberintos). Seis de los estudiantes recibieron luego treinta ratas cuyos antecedentes genéticos las convertían supuestamente en animales de experimento buenos e inteligentes, en tanto que los otros seis estudiantes recibieron treinta ratas de las cuales se había asegurado lo contrario, es decir, que se trataba de animales que, a causa de su origen hereditario, no resultaban adecuados para los experimentos. En realidad las sesenta ratas eran de la misma especie, como suele hacerse en experimento de esta naturaleza. Los sesenta animales fueron sometidos al mismo experimento de aprendizaje. Las ratas cuyos instructores creían que se trataban de animales particularmente inteligentes se comportaron desde el principio no sólo mejor sino que soprepasaban en mucho a los animales "no inteligentes". Al terminar el experimento de cinco días se pidió a los jóvenes experimentadores que además de reportar los resultados del experimento evaluaran subjetivamente a sus animales experimentales. Los estudiantes que "sabían" que estaban trabajando con animales "no inteligentes" pasaron por consiguiente informes negativos sobre ellos, en tanto que sus colegas que habían experimentado con ratas supuestamente mejor dotadas juzgaron que sus animales eran simpáticos, inteligentes, sagaces, etc., y además declararon que a menudo los habían tocado, los habían acariciado y hasta habían jugado con ellas. Cuando consideramos cuán descollante es el papel de los experimentos con ratas en la psicología experimental y especialmente en la psicología del aprendizaje y cuando pensamos que de esos experimentos a menudo se sacan conclusiones sobre la conducta humana, no podemos dejar de estimar un tanto cuestionables semejantes conclusiones.

(...)

Precisamente porque estos experimentos conmueven y sacuden nuestras ideas fundamentales nos resulta muy fácil hacerlos a un lado y aferrarnos a la agradable seguridad del familiar orden cotidiano. El hecho de que la psicología de los tests mentales, por ejemplo, pase por alto estos chocantes resultados y continúe con obstinada seriedad y con científica "objetividad" administrando tests a hombres y animales es sólo un pequeño ejemplo de cómo todos nos ponemos a la defensiva cuando vemos amenazada nuestra imagen del mundo. (...) Notemos aquí tan sólo que una parte esencial del efecto autocumplidor de los diagnósticos psiquiátricos descansa en nuestra firme convicción de que todo lo que tiene un nombre debe por eso mismo existir realmente. Los diagnósticos psiquiátricos deberían hacerse teniendo en cuenta esta convicción.

Ciertamente desde hace mucho tiempo se conocen diagnósticos "mágicos" en el cabal sentido de la palabra. En un trabajo ya clásico, Voodoo Death, el fisiólogo norteamericano Walter Cannon describe una cantidad de casos de muertes misteriosas repentinas y difíciles de explicar científicamente; se trata de muertes por maldiciones, hechizos o por la trasgresión de un tabú que entraña la muerte. Un curandero maldice a un indio brasileño y éste es incapaz de defenderse de sus reacciones emocionales a esta sentencia de muerte, de manera que muere unas horas después. Un joven cazador africano abate y come sin saberlo determinada gallina silvestre relacionada con un tabú. Cuando se da cuenta de su crimen cae en desesperación y muere a las veinticuatro horas. Un curandero de los bosques australianos apunta con un hueso provisto de fuerzas mágicas a un hombre. Persuadido de que nada lo podrá salvar de a muerte, el hombre cae en letargo y se prepara a morir. A último momento lo salvan otros miembros de la tribu que obligan al curandero a levantar el hechizo.

(...)

¿Hasta qué punto un médico puede y debe revelar a su paciente, no sólo la gravedad de la enfermedad, sino también los peligros que el tratamiento mismo entraña? Esta pregunta se hace más retórica, por lo menos en ciertos países. El riesgo que corre un médico de que un abogado especializado le entable un proceso por ejercicio inescrupuloso de la profesión , porque no instruyó a su paciente sobre los últimos detalles técnicos de su mal y del tratamiento, hace que por ejemplo en los Estados Unidos muchos médicos se aseguren contra esta eventualidad. (...)

Como a los ojos del paciente el médico es, por así decirlo, un mediador entre la vida y la muerte, las declaraciones del médico pueden convertirse muy fácilmente en profecías que se autocumplen. Hasta qué sorprendente grado esto es posible se revela en el informe de un psicólogo norteamericano, Gordon Allport. En este caso lo extraordinario consiste en que por obra de un malentendido una profecía de muerte se transformó en una profecía de vida:

En un hospital rural de Austria yace un hombre gravemente enfermo que está a punto de morir. Los médicos que lo atienden le han comunicado que no pueden diagnosticar su enfermedad, pero que probablemente podrían ayudarlo si conocieran el diagnóstico. Le dicen además que un célebre especialista visitará el hospital en los días siguientes y que tal vez sería capaz de reconocer la enfermedad. Pocos días después llega, en efecto, el especialista y hace su ronda por el hospital. Al llegar a la cama de aquel enfermo le echa sólo una fugaz mirada, murmura "moribundus" y se marcha. Años después aquel hombre va a ver al especialista y le dice: "Hace ya mucho tiempo que quería venir a verlo para agradecerle su diagnóstico. Los médicos me dijeron que tenía posibilidades de salvar mi vida si usted podía diagnosticar mi enfermedad y, en el momento en que dijo usted 'moribundus', supe que me salvaría".

El saber sobre el efecto curativo que tienen las predicciones positivas es indudablemente tan antiguo como la creencia en las inevitables consecuencias de maldiciones y hechizos. (...)

Lo dejo aquí; creo que he citado ya lo más relevante y ameno de este artículo. Espero que a alguien le guste...

lunes, 23 de marzo de 2009

El inquietante caso de Joanne Hayes (el caso del bebé de Kerry)

En 1984 la sociedad irlandesa quedó conmocionada por el asesinato de un bebé con 28 puñaladas, en el condado de Kerry. Una vez encontrada la sospechosa Joanne Hayes, la policía logró una serie de confesiones muy oportunas, seis confesiones en apenas 8 horas. Caso cerrado. Pero con el tiempo aparecieron incoherencias insoslayables que desataron la crítica a la actuación policial, con la sospecha de haber usado violencia durante los interrogatorios. La policía defendió su tesis agarrándose a un clavo ardiendo: la teoría de la 'superfecundación'.

No he localizado referencias a este caso en idioma español, así que voy a aportar este artículo basándome en lo que dice el autor Robert Anton Wilson (RAW) en su libro "El Martillo Cósmico", segundo volumen. Abajo del todo añado un par de links que aluden a este suceso, en idioma inglés.

Infanticidio... y rumores de Magia Negra

(...) Irlanda (...) El Caso del Bebé de Kerry (...). Todo empezó el 14 de abril de 1984, cuando encontraron el cuerpo de un recién nacido con veintiocho puñaladas en la playa de Cahiriciveen, en el condado de Kerry al suroeste.

Imagínense que dan a un niño una puñalada: sentirán repugnancia y asco. Pero ahora intenten imaginar qué tipo de persona puede ser capaz de asestar veintiocho puñaladas a un niño. Intentar de verdad comprender la mente que hace eso, es una experiencia de vértigo y horror puro. Naturalmente, en seguida circularon rumores de satanismo y sacrificios humanos entre la gente de campo (Kerry es rural casi en su totalidad); pero eso no fue más que el preludio del perverso carnaval que siguió.

Después de que encontraron el cadáver, la policía irlandesa (conocida por los Guards, si bien la palabra irlandesa correcta es Gardai) no dedicó mucho tiempo a buscar satanistas bajo las camas. Dedujeron que el criminal debía ser una mujer soltera embarazada y que ya no lo estuviera.

En un país católico donde el aborto es ilegal la deducción está justificada. Lo descubrí investigando para escribir un artículo sobre "la situación del aborto en Irlanda". Había entrevistado a una mujer del Well Woman Center de Dublín, donde se organizan abortos en Inglaterra para mujeres irlandesas. Me había dicho: "En lugares como Kerry no han oído hablar nunca de centros como éste. El infanticidio es su forma de abortar".

El 1 de mayo de 1984 los Guards encontraron a Joanne Hayes, de veinticinco años, residente en Abbeydorney, a unos ciento diez kilómetros de Cahiriciveen. Se decía que Joanne había tenido un romance con un hombre casado, Jeremiah Locke; que algunos vecinos la habían visto embarazada; y que el 15 de abril, un día después de que fuese hallado el bebé de Cahiriciveen, había recibido tratamiento tras sufrir un aborto natural. Interrogaron a toda la familia Hayes en comisaría: Joanne, dos hermanos, una hermana, la madre y una tía con demencia senil. Al cabo de ocho horas todos habían confesado que el bebé de Cahiriciveen era de Joanne, que ella lo había matado a puñaladas y que los dos hermanos se habían llevado el cadáver para depositarlo en la playa. No me cabe duda de que la policía se sintió muy satisfecha de su trabajo. Seis confesiones en ocho horas. Rapidez y eficacia. Caso cerrado. Nadie hizo preguntas sobre la brutalidad del supuesto crimen de Joanne, la saña psicótica del que da veintiocho puñaladas una detrás de otra.

Cinco miembros de la familia salieron en libertad condicional. A Joanne, que antes del arresto parecía estar bien, hubo que trasladarla al hospital psiquiátrico de Limerick en estado catatónico, muda y semiparalizada.

El regreso del Escuadrón Pesado

Y la doctrina de la superfecundación

El día después de que la familia Hayes confesase y la policía trasladara a Joanne Hayes a un psiquiátrico poco menos que a rastras, los Guards no se sentían nada, nada bien. Los cinco miembros de la familia se desdijeron de sus confesiones y Kathleen, la hermana de Joanne, convocó a la prensa en su granja y les mostró a los periodistas otro bebé muerto, del cual dijo que era de Joanne.

Los cimientos de la Santa Irlanda, madre de santos y sabios, temblaron; como temblaron cuando la ciencia analizó el informe del forense. La ciencia falló que este infante (otro varón, por cierto) «no había alcanzado vida independiente» o, en lenguaje cotidiano, que «había nacido muerto». El cadáver no presentaba señales de violencia.

El forense informó también de que este niño -conocido por «el bebé de Abbeydorney», el pueblo en el que la familia Hayes tenía las tierras- era de grupo sanguíneo 0, igual que Joanne y su amante, un campesino casado de nombre Jeremiah Locke. El bebé de Cahiriciveen, el de las veintiocho puñaladas, era del grupo A y no podía ser por tanto hijo de Joanne y Jeremiah.

Cuando Joanne Hayes oyó la noticia en el hospital psiquiátrico, habló por primera vez desde su ataque psicótico. «Gracias a Dios», le dijo a la enfermera. «Ahora saben que no maté a mi hijo». Luego se puso mejor y a los once días le dieron el alta.

Fue ciertamente un misterio celta. Los seis miembros de la familia habían confesado que Joanne no sólo había apuñalado a su hijo sino que lo había estrangulado y golpeado en la cabeza con un cepillo.

El bebé de Abbeydorney, que podía ser suyo y de Jeremiah, había nacido muerto y no presentaba señales de violencia.

El bebé de Cahiriciveen no podía ser suyo y de Jeremiah y no había nada que lo relacionase con Joanna Hayes.

Los periódicos, y sobre todo las escritoras feministas, preguntaban cómo era que la policía había obtenido las confesiones falsas en ocho horas y le había causado a Joanne semejante crisis psicológica. La familia Hayes hizo poco por aclarar el misterio. Uno de los hermanos afirmó que lo habían golpeado, pero no había moratones para demostrarlo. Los demás dijeron que no recordaban todo lo ocurrido en la comisaría, pero sí que muchas conversaciones giraban en torno a la doctrina católica de la condenación eterna y que la policía aseguraba que lo más seguro para librarse del infierno era confesar y pedir a Dios que los perdonase. La confesión, por tanto, era la única vía de salvación en la teología de los Guards.

Las críticas de los periódicos arreciaron. La policía había sido acusada de brutalidad en los tiempos en los que el IRA operaba en la República, y había quien se preguntaba si esos tiempos no habían vuelto.

En aquellos viejos -y malos- tiempos, la policía tenía una rama dedicada al IRA, que todo el mundo llamaba "el Escuadrón Pesado". Las acusaciones de brutalidad y tortura lo desprestigiaron, por lo que acabó disolviéndose. Mientras tanto, el IRA había trasladado sus actividades más allá de la frontera, a Irlanda del Norte.

Muchos se preguntaban, desde los medios de comunicación e incluso desde el Gobierno, si no habría renacido el Escuadrón Pesado.

Los Guards prepararon la defensa, con auténtica imaginación irlandesa. Uno de ellos inventó la doctrina de la superfecundación. Esto sólo es posible en un país católico en el que se adoctrina a la gente desde la infancia con engañifas polisílabas tales como el dogma de la transubstanciación o el de la Inmaculada Concepción. La superfecundación, por lo que se me alcanza, tal vez encuentre un lugar algún día entre estos dos y sea reconocido oficialmente por el Vaticano. Consiste en que Joanne Hayes concibió dos veces la misma noche, de dos padres diferentes. El bebé de Abbeydorney (tipo 0) fue de Jeremiah Locke y nació muerto, como declaró el forense. El bebé de Cahiriciveen (tipo A) también era de Joanne, pero de un segundo amante desconocido, y fue asesinado por ella posteriormente.

¡Voilà! No hubo falso testimonio (salvo que no se habló de dos bebés...), y el honor de los Guards quedó a salvo... más o menos.

No está claro que nadie haya creído nunca en la superfecundación*, pero tampoco está claro que de verdad haya muchos católicos que crean en la Inmaculada Concepción. Está la "verdad dominical", la que se oye en la iglesia, y está la otra clase de verdad, la que empleamos a la hora de comprar y vender patatas, y los católicos adultos, igual que otros grupos religiosos, tienen una facilidad asombrosa para separar en su mente (sólo los niños se creen las doctrinas religiosas al pie de la letra).

Lo que ocurre es que en un país en el que la gente es capaz de debatir sobre la Inmaculada Concepción sin sonreírse, la superfecundación* no va a resultar demasiado disparatada en un juzgado. Cuando el ministro de Justicia nombró un Tribunal para investigar si los Guards habían jugado limpio al conseguir esas seis confesiones, el juez Kevin Lynch falló que la superfecundación* era una defensa perfectamente legítima.

* Nota: a pesar del escepticismo del autor acerca de la posibilidad de la superfecundación, el tiempo ha demostrado que tal situación es posible, aunque se trate de una rareza de la que sólo se conocen 6 casos en el mundo. Ver aquí un caso investigado en la década de los 90 por la Universidad de Medicina de Granada: UimPi.net. Eso sí, la posibilidad de que el caso de Joanne se tratara de una superfecundación es algo extremadamente improbable, casi imposible.

El escurridizo Tom Flynn

Cuando empezó el juicio del misterio del 'Bebé de Kerry' y la posible trasgresión de los Guards, sus abogados se dispusieron a hundir a Joanne Hayes, tratando de demostrar que era tan inmoral y depravada que podía tener dos amantes al mismo tiempo. Lo hicieron interrogándola a conciencia acerca de toda su vida sexual a lo largo de los famosos cinco días de enero de 1985. (En cambio, el Instituto Kinsey sólo tarda unas pocas horas en elaborar una historia sexual completa).

El magistrado Lynch también permitió que Radio Telefis hEireann (o bien hEirann), la radiotelevisión irlandesa, emitiera el juicio en directo. Todos los residentes en Irlanda, país en el que son ilegales las películas X, tuvieron la oportunidad de oír explicaciones y debates interminables sobre el tamaño de la vagina de Joanne cuando la examinaron en el hospital el 15 de abril, dónde y cuando tuvo su primer orgasmo, cuántas veces había hecho el amor en moteles y cuántas en coches, y en general todos los detalles ginecológicos por los que en su día el Ulises estuvo censurado.

Los abogados no tuvieron compasión alguna: era su trabajo. («En el amor, en la guerra y en los interrogatorios todo vale», justificó uno de ellos ante la prensa). El juez Lynch, por su parte, hizo honor a su apellido y fue igual de despiadado. Entre todos le infligieron a la pobre mujer la violación psíquica más prolongada de la historia. Joanne Hayes se venía abajo frecuentemente y sufría ataques de histeria tan agudos que algunos que la vieron pensaron que iba a tener que volver al psiquiátrico.

Era la mejor defensa que podían adoptar los Guards. En Irlanda, a una mujer que tiene dos amantes se la considera capaz de la mayor barbaridad, incluidos el asesinato y la piratería en alta mar.

Su abogado les suplicó en varias ocasiones que la dejasen descansar y recuperarse; pero el juez Lynch decidió que estaba lo suficientemente bien para continuar. El quinto y último día, el médico la tenía tan sedada que parecía de nuevo catatónica.

Del escurridizo Segundo Amante no se descubrió nada. Joanne, llorando e histérica, mantuvo contra toda clase de presiones y amenazas que solamente había tenido un amante: Jeremiah Locke. Parecía como si al final la Superfecundación, igual que la Transubstanciación, iba a haber que aceptarla como artículo de fe.

Miles de feministas -muchísimas para un país del tamaño de Irlanda- formaron piquetes delante de los juzgados. El juez Lynch las criticó desde el estrado. Las palabras «caza de brujas» se empezaron a ver impresas con tal frecuencia que tuve la impresión de revivir los tiempos de Joe McCarthy en Estados Unidos. De hecho, el único detalle inquisitorial que se le olvidó al juez Lynch fue permitir a los abogados que le afeitaran a Joanne el vello púbico para ver si allí se ocultaba el diablo.

No me explico cómo se le pasó.

Uno de los guardas le echó un cable a la defensa soplándole a la prensa el nombre del desconocido Segundo Amante. Se nos dijo que era Tom Flynn, nombre que estaba escrito en el colchón de Joanne.

Pero entonces la Buena Gente de Irlanda -como decía Miles, na gCopaleen- se empezaba a hartar. Salieron a la venta camisetas con la frase «Soy Tom Flynn» y cientos de hombres las llevaban puestas en marchas que realizaban junto con las feministas alrededor de los juzgados. Se burlaban de los Guards que se dedicaban a buscar, en turnos de dieciséis horas como los mineros del siglo XIX, al fornicador fantasma.

¿Y a que no saben lo que vino después? Pues que encontraron a Tom Flynn, en Estados Unidos, a donde había emigrado en 1969. Declaró que había sido vendedor de colchones en Kerry allá por los sesenta y que tenía costumbre de escribir su nombre en todo colchón que vendía. Si fuese el padre del bebé de Cahiriciveen, todo el mundo calculó rápidamente que entonces tenía que haber seducido a Joanne cuando ella tenía diez años, y que el período de gestación habría sido de quince años. Eso ya era demasiado, incluso en el contexto de la Superfecundación.

El Segundo Amante siguió siendo una incógnita. No se encontraron más candidatos para desempeñar el papel, si bien estoy seguro de que más de un Guard, desesperado, pensaría en invocar de nuevo al Espíritu Santo. Si la gente fue capaz de creerse ese cuento cuando se inventó hacía dos mil años, bien podían volver a creérselo ahora.

Por lo menos en Irlanda.

Rosas amarillas para Joanne

El 20 de enero de 1985 Joanne Hayes recibió su primera rosa amarilla en el juzgado en el que tan pormenorizadamente se había debatido sobre el tamaño de su vagina. Las pesquisas para la búsqueda del Segundo Amante resultaron infructuosas: no hubo indicios de que tal persona existiera.

La rosa la había enviado Bernie McCarthy, una feminista de Tralee. Se corrió la voz, y al día siguiente llegaron cientos de rosas. El juez Lynch estaba que echaba chispas. A lo largo de un mes, Joanne recibió miles y miles de rosas amarillas, símbolo elocuente de lo que buena gente de Irlanda opinaba de este tribunal.

La sala cobró el aspecto de una floristería. Enviaban rosas tanto hombres como mujeres, y hasta monjas. Una de estas monjas llegó incluso a escribirle a Joanne confesándole su aventura con un sacerdote: «Dios es más misericordioso que los hombres». [La cita está sacada del libro de Nell McCafferty sobre el juicio, A Woman to Blame (Una mujer a quien culpar)].

El misterio se ahonda con las intervenciones marianas

El proceso de Joanne Hayes, ahogado en rosas, avanzaba a trancas y barrancas. El 14 de febrero de 1985, en el cercano Asdee, varios niños testificaron que una imagen de la virgen había llorado. Unos días después un campesino de ochenta años dijo que la estatua había hecho «gestos de súplica» conmovedores.

El tribunal siguió adelante. Las manifestaciones de protesta iban en aumento y también los envíos de rosas. Los Guards trajeron de Londres a un experto en anomalías tocológicas, que relató numerosos casos documentados de Superfecundación sobre todo en determinado tipo de animales.

Los Guards sonrieron.

El juez Lynch sonrió.

Intervino la defensa y preguntó al experto si sabía de algún caso documentado de Superfecundación en hembras humanas. Éste contestó que no había ninguno, ni tampoco entre los simios.

A los Guards se les borró la sonrisa. No era ése el experto que deberían haber contratado; empezaban a parecer policías de cine cómico.

Nota: Omito los siguientes párrafos, dedicados a relatar algunas apariciones marianas y de "ovnis", algunas curaciones espontáneas, sobre todo en el entorno cercano a Kerry. De esta parte sólo voy a copiar un párrafo que ofrece una posible explicación a estos fenómenos que sucedieron:

Nell McCafferty escribió un artículo sociológico en el que sostenía que el fenómeno (excluyendo los ovnis) era una respuesta histérica a los detalles sexuales explícitos del interrogatorio de Joanne Hayes, y que la Virgen, que según la doctrina católica nunca había experimentado un orgasmo, era la única mujer de la historia a la que los varones católicos no temían ni odiaban.

«Pero, ¿por qué no esquivó los golpes?»

El 4 de octubre de 1985 el juez Lynch, tras un largo parto, dio a luz un informe definitivo sobre los bebés de Kerry. Dictaminó, apoyándose en los datos del forense, que el bebé de Cahiriciveen no era hijo de Joanne Hayes, y que el de Abbeydorney sí lo era. A continuación dijo, contradiciendo el informe del forense, que Joanne había estrangulado al bebé de Abbeydorney. (Recuérdese que los médicos declararon que había nacido muerto). Por consiguiente, los Guards no habían obtenido una confesion completamente falaz, sino sólo parcialmente falaz.

Con respecto a las otras numerosas discrepancias entre los Guards y la familia Hayes, Lynch opinaba que la policía había sido demasiado «indulgente» y que los Hayes «mentían desvergonzadamente». No recomendó que se procesara por perjurio a ninguno de los dos grupos ni tampoco que se procesara a Joanne por infanticidio. (¿Acaso se acordó de que su veredicto contradecía las pruebas del forense?). No hizo ningún comentario sobre la cuestión que en un principio el Ministerio de Justicia le había encargado elucidar, la de cómo era posible que los Guards convenciesen a seis personas de que confesasen haber apuñalado a un bebé que nunca habían visto.

La semana siguiente, un miembro (varón) de Dial hEireann (o bien hEirann) (el parlamento irlandés) pidió la inhabilitación de Lynch. Decenas de artículos de revista y seis libros han demostrado, con todo lujo de detalles, que las pruebas contradicen su veredicto en casi todos los puntos.

Cuando llegó el frío y oscuro otoño de 1985, las estatuas religiosas de Irlanda se calmaron y los devotos que las visitaban empezaron a escasear. A finales de octubre, tres protestantes del casco urbano más deprimido de Dublín la emprendieron a martillazos con la Virgen de Ballinspittle y le desfiguraron el rostro. Luego se dirigieron a los pocos fieles católicos presentes y los acusaron de «idólatras supersticiosos».

Al día siguiente empezó a circular por Dublín un chiste irreverente: «¿por qué no esquivó los golpes?». No obstante, el número de visitantes del santuario volvió a aumentar, y hubo más visiones, durante un tiempo. Con el invierno se nos echó encima el auténtico frío de Irlanda, y la gente dejó de ir a los santuarios. Se rumoreaba que la familia Hayes había tenido mala suerte en sus cosechas y estaba viviendo del paro.

No se arrestó a nadie por el asesinato del bebé de Cahiriciveen, si bien los Guards durante una temporada estuvieron muy interesados en una posible sospechosa: una holandesa residente en Kerry que se había suicidado durante el proceso de los Hayes. Pero resultó que su diario no contenía más que fantasías deprimentes sobre la guerra nuclear, sin que mencionase ninguna aventura sexual, embarazo ni infanticidio; estaba claro que se había quitado la vida por desesperación debido a lo que ella consideraba el fracaso del Movimiento por la Paz.

Como complemento final y a modo de actualización, extraigo un fragmento de la Wikipedia en inglés:

A raíz de este caso de asesinato la brigada fue disuelta y los cuatro Gardai (Guards) fueron asignados a tareas rutinarias de oficina, lo que fue visto como una degradación. En 2004 Joanne Hayes ofreció someterse a la prueba del ADN para demostrar que ella no era la madre del bebé encontrado en la playa. Sin embargo, uno de los oficiales del caso, Gerry O'Carroll, también ha tratado de promover esa prueba del ADN, diciendo que él cree que dicha prueba demostrará que la superfecundación es la teoría correcta. Esta prueba no ha sido aún llevada a cabo.

Los padres del bebé en la playa y su asesino nunca han sido identificados.

Un par de referencias al caso, en idioma inglés:

1) Wikipedia

2) The Independent (artículo del año 2006, repasando brevemente el caso en consideración a una posible película que se planteaba sobre dicho suceso).

miércoles, 25 de febrero de 2009

El mundo sigue girando

Pasan unas cosas... luego otras... pero la vida en sí, siempre sigue y sigue... el mundo sigue girando... aunque quizás sea una especie de "ilusión óptica". De todas formas, ¿qué más da?

No hay bien; no hay mal; no hay vida, ni muerte... lo único que hay es este Juego que es el Cosmos, y los jugadores como sombras interpretando sombras.

No hay final, ni principio. ¿Y qué más da? Nada importa. Fluyeza.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Curso acelerado de suicidios creativos

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Es bueno tener estilo para todo, incluso para suicidarse. Si va uno a hacer algo, ¡al menos hacerlo bien, con algo de originalidad, o belleza, o innovación, lo que sea, algo! Con este breve curso por imágenes, usted va a tener ideas inspiradoras que le permitirán convertirse en un suicida prestigioso y estimado en su comunidad. ¡Nadie quiere a los mediocres, pero usted es especial! Usted no morirá convencionalmente si sabe inspirarse en los siguientes ejemplos. Comencemos.

Ante todo, debe usted olvidarse de darse a sí mismo muerte por los procedimientos más conocidos. Desde luego, olvídese del burdo intento de la imagen de arriba encabezando el post. ¡Nada del tópico de dispararse a la cabeza! Además ese método es dañino para la muñeca, que puede dislocarse al torcerla para enderezar el cañón del revólver contra su cabeza. En todo caso, comprar el pack especial suicidios que ofrecemos en nuestra web, que incluye el revólver adaptado para nuestro objetivo concreto:
No obstante, recuerde que nosotros desaconsejamos enfáticamente recurrir a los medios clásicos de suicidio, de modo que el tradicional disparo en la cabeza vendría a manifestar que usted ya estaba muerto previamente a su suicidio. ¡No tenía vida ni siquiera para innovar un poquito a la hora de morir!

Si va a usar un método tradicional, al menos póngale algún complemento que lo haga único. Si insiste en el método del disparo, recomendamos especialmente el suicidio erótico, que ha demostrado su eficacia con hasta ahora 8 clientes. Viene a ser más o menos así:

¡Y la chica la ponemos nosotros! Al módico precio de 3000 euros. Puede parecerle caro pero recuerde, ¡no tendrá que pagar a nadie nunca más en su vida! Si desconfía de la fortaleza de su miembro viril para ejecutar el anterior procedimiento, disponemos en nuestro catálogo de la alternativa ideal: muerte por aplastamiento. (Se llama Pepa y cuesta otros 3000 euros).

Por experiencia, somos conscientes que una parte de nuestros clientes no gustan de métodos tan vertiginosos como los que estamos exponiendo hasta ahora. Por diversos motivos, algunos suicidas indecisos desean una muerte relativamente lenta que les permita reflexionar si verdaderamente echan para adelante o cambian de opinión. Para estos exigentes clientes tenemos el suicidio-zen. Tranquilo, paciente, aunque quizás no el más eficaz.

Aquí debajo presentamos una caricatura hecha al inventor de tal método, el cual es accionista de nuestro negocio (sí, de un modo u otro sobrevivió a su propio invento; realmente no es de extrañar).

No sin algo de rubor debemos confesar que otro de nuestros accionistas también empleó ese mismo método del suicidio-zen. Nosotros lo recomendamos especialmente a aquellos suicidas que no tengan tan claro que deseen morir.

Pero entremos en terreno más serio. Si usted pertenece al selecto grupo de suicidas que ya han reflexionado largo y tendido y tienen clarísimo que desean acabar fulminantemente con su vida, entonces dispone del innovador Método Bush. Consiste en exponerse cara a cara con alguien tan feo que la muerte sobrevenga del susto. El método parece prometedor pero no se ha testado todavía. Sólo tenemos comprobado que el llanto de los bebés ante un impacto semejante está garantizado.

Puede que usted prefiera sacrificar el aspecto artístico de su suicidio en aras de asegurar la fiabilidad. En tal caso le sugerimos el cóctel combinado, véase la ilustración siguiente:

La naturaleza nos ofrece también modelos inspiradores, ¡en cuántos campos imitamos la "tecnología" animal! Nuestro libro "Ellos también lo hacen", referido al suicidio en animales, ofrece diversos estudios y anécdotas que le permitirán inspirarse en la sabia intuición de los diversos animales a la hora de acabar con sus vidas. Véase un ejemplo:

El siguiente método lo empleé yo mismo. Para ello llamamos a Susana (5000 euros) y ella nos inspirará con gestos de mímica diversos modos suicidas. Corre bajo nuestra propia responsabilidad llevar alguno de esos métodos sugeridos por Susana a la práctica. Contraindicaciones del Método Susana: yo mismo he comprobado que la propia excitación del momento, lógica cuando uno va a quitarse la vida, produce a veces un repentino amor a la vida que impide la cristalización del planeado suicidio.

Nota: si el mencionado "amor a la vida" se desea ocurra con Susana, son 500 euros la noche. Adjuntamos bella foto de Susana mientras trabaja:

¡Y bueno! ¿Todavía no se ha suicidado! ¡¡A qué espera!! Si no quiere emplear ninguno de nuestros métodos, que son de pago, ¡métase la cabeza donde le quepa y muérase!


Si a estas alturas sigue vivo, sepa usted que los servicios vitales de Susana son exclusiva de nuestra web. ¡Esperamos su mail y su dinero!

jueves, 18 de octubre de 2007

Música gratis (cortesía del cerebro)

Otro caso curioso basado en las explicaciones que nos cuenta el neurólogo Oliver Sacks de casos conocidos por él a lo largo de su trayectoria profesional. Esta vez se trata de una paciente que escucha música sin necesidad de ningún aparato excepto su propio cerebro. Dejemos que nos lo explique detalladamente el doctor Sacks:

Reminiscencia

La señora O'C. estaba un poco sorda, pero gozaba por lo demás de buena salud. Vivía en una residencia para ancianos. Una noche, en enero de 1979, soñó clara y nostálgicamente con su infancia en Irlanda y sobre todo con las canciones que cantaban allí y con cuya música bailaban. Cuando se despertó aún seguía sonando la música, muy alto y muy claro. «Aún debo seguir soñando», pensó, pero no era así. Se levantó, agitada y desconcertada. Se encontró con que era aún de noche. Alguien debe haberse dejado la radio puesta, supuso. ¿Pero por qué era ella la única persona que la oía? Comprobó todos los aparatos de radio que pudo encontrar: estaban todos apagados. Luego se le ocurrió otra idea: había oído decir que los empastes dentales podían actuar a veces como un receptor cristalino, recogiendo emisiones descarriadas con extraordinaria intensidad. «Es eso», pensó. «Uno de los empastes que tengo me está dando la lata. No me la dará mucho. Haré que me lo arreglen por la mañana. » Se quejó a la enfermera del turno de noche, pero ésta le dijo que los empastes parecían en perfecto estado. Entonces se le ocurrió otra idea: «¿Qué emisora de radio», razonó, «emitiría canciones irlandesas, ensordecedoramente, en mitad de la noche? Canciones, sólo canciones, sin introducción ni comentario. Y sólo canciones que conozco yo. ¿Qué estación de radio iba a poner mis canciones y nada más?». Entonces se preguntó: «¿Estará la radio en mi cabeza?».

A estas alturas estaba ya totalmente desconcertada... y la música seguía, ensordecedora. Su última esperanza era su ENT, el otólogo que la examinaba: él la tranquilizaría, le diría que eran sólo «ruidos en el oído», algo relacionado con su sordera, nada que pudiese ser motivo de preocupación. Pero cuando lo vio, aquella misma mañana, el otólogo le dijo: «No, señora O'C., no creo que sean sus oídos. Un simple zumbido o un silbido o un rumor, quizás. Pero un concierto de canciones irlandesas... eso no son los oídos. Quizás», añadió, «debiera ver usted a un psiquiatra». La señora O'C. pidió hora a un psiquiatra aquel mismo día. «No, señora O'C. », le dijo el psiquiatra, «no es su mente. No está usted loca... y los locos no oyen música, oyen sólo "voces". Ha de ver usted a un neurólogo, a mi colega el doctor Sacks». Y así fue como vino a mí la señora O'C.

La conversación no fue nada fácil, en parte por la sordera de la señora O'C., pero más que nada porque yo quedaba eclipsado una y otra vez por las canciones... sólo podía oírme con las más suaves. Era una mujer inteligente, despierta, no deliraba ni estaba loca, pero tenía una expresión absorta, remota, como si tuviese la mitad de su ser en un mundo propio. No pude localizar ningún problema neurológico. De todos modos, yo sospechaba que la música era «neurológica».

¿Qué podría haberle sucedido a la señora O'C. para llegar a aquella situación? Tenía ochenta y ocho años y su estado general de salud era excelente, no tenía ni rastro de fiebre. No estaban administrándole medicamentos que pudiesen desequilibrar su notable buen juicio. Y el día anterior estaba perfectamente normal, al parecer.

—¿Cree usted que es un ataque, doctor? —me preguntó, leyendo mis pensamientos.

—Podría ser —dije— aunque jamás he visto un ataque como éste. Algo ha pasado, de eso no hay duda, pero no creo que corra usted peligro. No se preocupe y conserve la calma.

—No es fácil conservar la calma —dijo ella— cuando se está pasando por lo que estoy pasando yo. Sé que hay silencio aquí, pero yo estoy en un océano de sonidos.

Quise hacer un electroencefalograma inmediatamente, prestando especial atención a los lóbulos temporales, los lóbulos «musicales» del cerebro, pero las circunstancias no lo permitieron hasta un tiempo después. En este período de espera, se atenuó la música, disminuyó de intensidad y, sobre todo, pasó a ser menos persistente. La señora O'C. pudo dormir después de tres noches y, progresivamente, conversar y oír entre «canciones». Cuando pude hacerle un encefalograma, sólo oía ya fragmentos breves y esporádicos de música una docena de veces, más o menos, a lo largo del día. En cuanto la instalamos y le aplicamos los electrodos en la cabeza, le pedí que se echase y se quedase quieta, que no dijese nada y que no «cantase para sí», pero que levantase el dedo índice de la mano derecha un poco (lo que no modificaría el electroencefalograma) si oía una de sus canciones mientras hacíamos la prueba. En el curso de un período de registro de dos horas, levantó el dedo en tres ocasiones y cada vez que lo hizo las plumas del electroencefalograma resonaron y transcribieron picos y olas agudas en los lóbulos temporales del cerebro. Esto confirmaba que estaba teniendo ataques en el lóbulo temporal, los cuales, lo supuso Hughlings Jackson y lo demostró Wilder Penfield, son la base invariable de la «reminiscencia» y de las alucinaciones experimentales. Pero ¿por qué habría manifestado súbitamente aquel extraño síntoma? Realicé una exploración cerebral y mostró que la señora O'C. había tenido en realidad una pequeña trombosis o infartación en una parte del lóbulo temporal derecho. La súbita irrupción de canciones irlandesas en la noche, la activación súbita de rastros de memoria musicales en el córtex, eran, al parecer, consecuencia de un ataque, y lo mismo que remitió éste, «remitieron» también las canciones.

A mediados de abril habían desaparecido del todo, y la señora O'C. volvía a ser ella misma. Le pregunté entonces qué pensaba de toda la experiencia y si echaba de menos, en concreto, aquellas canciones paroxísmicas que antes oía.

—Es curioso que me lo pregunte usted —dijo con una sonrisa—. Yo diría que, en términos generales, es un gran alivio. Pero, sí, echo de menos un poco las viejas canciones. Ahora muchas de ellas no soy capaz de recordarlas siquiera. Era como volver a una parte olvidada de mi infancia. Y algunas de las canciones eran realmente preciosas.

Había oído cosas similares a algunos de mis pacientes tratados con L-Dopa... y el término que yo utilizaba era «nostalgia incontinente». Y lo que me dijo la señora O'C., su patente nostalgia, me recordó un relato conmovedor de H. G. Wells, «La puerta en el muro». Le expliqué el argumento. «Es eso», dijo ella. «Eso expresa perfectamente la atmósfera,el sentimiento. Pero mi puerta es real, lo mismo que era real mi muro. Mi puerta lleva al pasado perdido y olvidado. »

No volví a ver un caso similar hasta junio del año pasado, en que me pidieron que examinara a la señora O'M., que estaba por entonces ingresada en la misma institución. La señora O'M. tenía también ochentaitantos años, estaba también un poco sorda, era también inteligente y despierta. Oía música también dentro de la cabeza y a veces un zumbido o un silbido o un estruendo; a veces oía «voces que hablaban», normalmente «lejanas» y «varias a la vez», de modo que nunca podía entender lo que decían. No había explicado estos síntomas a nadie y tenía la preocupación secreta, desde hacía cuatro años, de si no estaría loca. Se tranquilizó mucho cuando la monja le dijo que había habido un caso similar en la residencia tiempo atrás y aun más cuando pudo sincerarse conmigo.

Un día, explicó la señora O'M., estaba rallando pastinacas en la cocina y empezó a oír una canción. Era Easter Parade y le siguieron, rápidamente, Glory, Glory, Hallelujah y Good Night, Sweet Jesus. Ella pensó, lo mismo que la señora O'C., que se habían dejado puesto un aparato de radio, pero descubrió muy pronto que todos los aparatos de radio estaban apagados. Esto sucedió en 1979, cuatro años antes. La señora O'C. se recuperó en unas cuantas semanas, pero la música de la señora O'M. continuó y el problema fue haciéndose cada vez más grave.

Al principio sólo oía estas tres canciones... a veces de forma espontánea, como caídas del cielo, pero las oía seguro si pensaba por casualidad en cualquiera de ellas. Procuraba, por tanto, no pensar en ellas, pero el esfuerzo de evitarlo resultaba tan provocativo como el pensar en ellas.

—¿Le gustan esas canciones concretas? —pregunté, psiquiátricamente—. ¿Tienen algún significado especial para usted?

—No —dijo enseguida—. Nunca me han gustado en especial, no creo que tengan ningún significado especial para mí.

—¿Y qué sentía usted cuando surgían una y otra vez?

—Llegué a odiarlas —contestó con mucho sentimiento—. Era como si un vecino chiflado pusiese continuamente el mismo disco.

Durante un año o más fueron sólo estas canciones, en una sucesión enloquecedora. Pero después (y aunque fue peor en un sentido, fue también un alivio) la música interior se hizo más compleja y variada. Oía muchísimas canciones... a veces varias simultáneamente; a veces oía una orquesta o un coro; y, de vez en cuando, voces, o una mera algarabía de ruidos.

Cuando pasé a examinar a la señora. O'M. no hallé nada anormal salvo en la audición, y lo que encontré allí fue de singular interés. Tenía una cierta sordera del oído interno, de tipo común, pero además y, por encima de esto, tenía una extraña dificultad para percibir y distinguir los tonos, de un tipo que los neurólogos denominan amusia, y que está especialmente correlacionada con una deficiencia de función en los lóbulos auditivos (o temporales) del cerebro. Ella misma se quejaba de que últimamente los himnos de la capilla parecían todos iguales, de modo que apenas podía distinguirlos por el tono o la melodía y tenía que basarse en las letras o en el ritmo. Y aunque había tenido una voz excelente en el pasado, cuando la examiné cantaba con una voz monótona y desafinada. Comentó también que su música interior era más vívida cuando se despertaba, y que iba perdiendo esa viveza a medida que se acumulaban otras impresiones sensoriales; y que era menos probable que surgiese si estaba ocupada emotiva, intelectual y, sobre todo, visualmente. Durante la hora, más o menos, que estuvo conmigo, sólo oyó la música una vez: unos cuantos compases de Easter Parade, tan alto y tan súbitamente que apenas la dejaba oírme a mí.

Le hicimos un electroencefalograma que indicó excitabilidad y un voltaje sorprendentemente elevado en ambos lóbulos temporales, las partes del cerebro relacionadas con la representación central de música y sonidos, y con la evocación de escenas y experiencias complejas. Y siempre que la señora O'M. «oía» algo, las ondas de alto voltaje se hacían agudas, como picos, y francamente convulsivas. Esto confirmaba mi idea de que padecía también una epilepsia musical, asociada con un trastorno de los lóbulos temporales.

Pero, ¿qué les pasaba a la señora O'C. y a la señora O'M. ? Lo de «epilepsia musical» parece una contradicción en sí mismo, pues la música, normalmente, está llena de sentimiento y de sentido, y corresponde a algo profundo que hay en nosotros, «el mundo de detrás de la música», en frase de Thomas Mann, mientras que la epilepsia sugiere precisamente lo contrario: un acontecimiento fisiológico imprevisible y burdo, totalmente indiscriminado, sin sentimiento ni sentido. Así pues una «epilepsia musical» o una «epilepsia personal» resultaría algo contradictorio en sí mismo. Y sin embargo estas epilepsias se producen, aunque únicamente en el contexto de los ataques del lóbulo temporal, son epilepsias del sector reminiscente del cerebro. Hughlings Jackson las describió hace un siglo, y habló en este marco de «estados de ensoñación», de «reminiscencia» y de «ataques físicos»:

No es nada excepcional que los epilépticos tengan estados mentales nebulosos y sin embargo sumamente complejos al iniciarse los ataques epilépticos... El estado mental complejo, o la llamada aura intelectual, es siempre el mismo, o esencialmente el mismo, en cada caso.

Estas descripciones no pasaron de ser puramente anecdóticas hasta los extraordinarios estudios que realizó Wilder Penfield medio siglo después. Penfield no sólo consiguió localizar su origen en los lóbulos temporales, sino que consiguió evocar el «estado mental complejo», o las «alucinaciones experimentales» sumamente precisas y detalladas de estos ataques mediante estimulación eléctrica leve de los puntos propensos al ataque del córtex cerebral, cuando éste quedaba expuesto, por una intervención quirúrgica o en pacientes plenamente conscientes. Estas estimulaciones provocaban instantáneamente alucinaciones extraordinariamente vívidas de melodías, personas, escenas, que se experimentaban, se vivían, como algo abrumadoramente real, pese a la atmósfera prosaica de la sala de operaciones, y podían describirse a los presentes con fascinante detalle, confirmando aquello a lo que se refería Jackson sesenta años antes al hablar de la «duplicación de conciencia» característica:

Hay (1) el estado semiparasitario de conciencia (estado de ensueño) y (2) restos de conciencia normal y, en consecuencia, una conciencia doble... una diplopia mental.

Esto me lo explicaron con toda precisión mis dos pacientes. La señora O'M. me oía y me veía, aunque con cierta dificultad, a través del ensueño ensordecedor de Easter Parade, o el sueño más tranquilo, aunque más profundo, de Good Night, Sweet Jesus (que le evocaba la presencia de una iglesia de la calle 31 a la que ella solía ir, donde cantaban siempre esta canción después de la novena). Y la señora O'C. también me veía y me oía, a través del ataque anamnésico mucho más profundo de su infancia en Irlanda: «Yo sé que está usted ahí, doctor Sacks. Sé que soy una anciana que sufre un ataque y que estoy en una residencia de ancianos, pero siento que soy una niña de nuevo y estoy en Irlanda... siento los brazos de mi madre, la veo, oigo su voz que canta». Estas alucinaciones o sueños epilépticos no son nunca fantasías, según demostró Penfield: son siempre recuerdos, y recuerdos del tipo más preciso y claro, acompañados por las emociones que acompañaron a la experiencia original. Su carácter extraordinario y coherentemente detallado, detalle que se evocaba cada vez que se estimulaba el córtex, y que superaba todo lo que pudiese recordarse a través de la memoria ordinaria, indicó a Penfield que el cerebro mantenía un registro casi perfecto de toda la experiencia vital, que la corriente total de la conciencia se preservaba en el cerebro y, por ello, podía evocarse o provocarse siempre, bien por las circunstancias y necesidades normales de la vida, o bien por las circunstancias extraordinarias de una estimulación eléctrica o epiléptica. La variedad, el «absurdo», de estas escenas y recuerdos convulsivos hicieron pensar a Penfield que esta reminiscencia carecía básicamente de sentido y que era imprevisible:

En la práctica suele hacerse muy patente que la respuesta experimental evocada es una reproducción al azar de lo que formase la corriente de conciencia durante cierto intervalo de la vida pasada del paciente... Puede haber sido [continúa Penfield, resumiendo la extraordinaria variedad de escenas y sueños epilépticos que ha evocado] un momento en que escuchabas música, un momento en que mirabas por la puerta de un salón de baile, un momento en que imaginabas la acción de unos ladrones de una historieta, el momento de despertar de un sueño vivido, el momento de una conversación jocosa con amigos, el momento en que escuchabas atentamente para asegurarte de que tu hijo pequeño estaba bien, el momento en que mirabas carteles iluminados, el momento en que estabas en la sala de parto en un nacimiento, el momento en que te asustaba un hombre amenazador, el momento en que veías cómo entraba gente en la habitación con nieve en la ropa... Puede ser ese momento en que estabas parado en la esquina de Jacob y Whashington, South Bend, Indiana... cuando contemplabas los carros de un circo una noche hace muchos años, en la infancia... el momento en que oías (y veías) a tu madre apremiar a los invitados que se iban ya... o de oír a tu padre y a tu madre cantando villancicos.

Ojalá pudiese citar en su integridad este pasaje maravilloso de Penfield (Penfield y Perot, pags. 687 y siguientes). Aporta, lo mismo que mis damas irlandesas, un sentimiento asombroso de «fisiología personal», la fisiología del yo. A Penfield le impresionaba la frecuencia de los ataques musicales, y nos da muchos ejemplos fascinantes, y a menudo divertidos. Una incidencia del tres por ciento en los más de quinientos epilépticos del lóbulo temporal que estudió él:

Nos sorprendió el número de veces que la estimulación eléctrica provocó que el paciente oyese música. Se produjo en diecisiete puntos distintos en once casos. A veces era una orquesta, otras voces cantando, o un piano tocando, o un coro. Varias veces fue, según el sujeto, una sintonía de un programa de radio... La localización del área de producción de música es la circunvolución temporal superior, bien la superficie superior o la lateral (y, por tanto, próxima al punto asociado con la llamada epilepsia musicogénica).

Corroboran esto, espectacular y a menudo trágicamente, los ejemplos que da Penfield. La lista siguiente procede de su último gran artículo:

White Christmas (caso cuatro). Cantada por un coro. Rolling Along Together (caso cinco). No identificada por la paciente, pero reconocida por la enfermera cuando la paciente la tarareó estimulada. Hush-a-Bye Baby (caso seis). Cantada por su madre, pero se cree que podría ser también la sintonía de un programa de radio. «Una canción que había oído antes, popular en la radio» (caso diez) Oh Marie Oh Marie (caso treinta). La sintonía de un programa de radio. The War March of the Priests (caso treinta y uno). Estaba al otro lado del Hallelujah Chorus en un disco que pertenecía a la paciente. «Papá y mamá cantando villancicos» (caso treinta y dos). «Música de los Guys and Dolls» (caso treinta y siete). «Una canción que había oído muchas veces en la radio» (caso cuarenta y cinco). I'll Get By y You'll Never Know (caso cuarenta y seis). Canciones que había oído con frecuencia en la radio.

¿Hay alguna razón, hemos de preguntarnos, por la que canciones concretas (o escenas) sean «seleccionadas» por pacientes concretos para reproducirlas en sus ataque alucinatorios? Penfield considera esta cuestión y cree que no hay ninguna razón y que la selección realizada no tiene significado alguno:

Sería muy difícil de creer que alguna de las canciones y de los incidentes triviales que se recuerdan bajo estimulación o por descarga epiléptica pudiese tener una posible significación emotiva para elpaciente, aun en el caso de que uno tenga una aguda conciencia de esa posibilidad.

Penfield llega a la conclusión de que la selección se realiza «completamente al azar, salvo que haya alguna evidencia de condicionamiento cortical». Éstas son las palabras, esta es la actitud, digamos, de la fisiología. Quizás Penfield tenga razón... pero ¿podría haber algo más? ¿Es él en realidad «agudamente consciente», suficientemente consciente, a los niveles que importa, de la posible significación emotiva de las canciones, de lo que Thomas Mann llamaba el «mundo de detrás de la música»? ¿Puede uno contentarse con preguntas superficiales, como «¿Tiene esta canción algún significado especial para usted?». Sabemos, demasiado bien, por el estudio de las «asociaciones libres» que los pensamientos que parecen más triviales, más fruto del azar, pueden tener una profundidad y una resonancia inesperadas, pero que esto sólo se manifiesta con un análisis en profundidad. Es notorio que ese análisis profundo no se da en Penfield, ni en ninguna otra psicología fisiológica. No está claro si es preciso un análisis profundo de este género, pero dada la oportunidad extraordinaria de una antología tal de escenas y canciones convulsivas, uno cree que al menos debería hacerse un intento.

He vuelto brevemente a la señora O'M. para obtener sus asociaciones, sus sentimientos, respecto a sus «canciones». Esto puede ser innecesario, pero creo que merece la pena probar. Ha aflorado ya una cosa importante. Aunque no puede atribuir conscientemente sentido o significado especial a las tres canciones, recuerda ahora, y esto lo confirman otros, que era propensa a tararearlas, inconscientemente, mucho antes de que se convirtieran en ataques alucinatorios. Esto indica que estaban ya, inconscientemente, «seleccionadas»... una selección de la que se sirvió luego la patología orgánica que sobrevino.

¿Siguen siendo sus favoritas? ¿Le importan ahora? ¿Obtiene algo de su música alucinatoria? Un mes después de que yo viese a la señora O'M. salió un artículo en el New York Times titulado «¿Tenía Shostakovich un secreto?». El «secreto» de Shostakovich, se decía (lo decía un neurólogo chino, el doctor Dajue Wang), era la presencia de una esquirla metálica, un fragmento de bomba móvil, en su cerebro, en el cuerno temporal del ventrículo izquierdo. Al parecer Shostakovich se mostraba muy reacio a que le extrajesen aquella esquirla:

Desde que tenía alojado allí el fragmento, decía, cada vez que inclinaba la cabeza hacia un lado podía oír música. Tenía la cabeza llena de melodías (siempre distintas) de las que se servía luego para componer.

Al parecer los rayos X indicaron que el fragmento se movía cuando Shostakovich movía la cabeza, que presionaba en el lóbulo temporal musical cuando se inclinaba, y producía así una infinidad de melodías de las que se servía luego el talento de Shostakovich. El doctor R. A. Henson, compilador de Music and the Brain (1977), mostraba un escepticismo profundo pero no absoluto: «Vacilaría si hubiese de afirmar que no podría suceder».

Después de leer el artículo se lo di a la señora O'M. para que lo leyera y sus reacciones fueron vigorosas y claras. «Yo no soy Shostakovich», dijo. «Yo no puedo utilizar mis canciones. De todos modos, estoy harta de ellas... son siempre las mismas. Quizás para Shostakovich fuesen un don las alucinaciones musicales, pero para mí no son más que un fastidio. Él no quería tratamiento... pero yo lo quiero, desde luego que sí. »

Le apliqué a la señora O'M. un tratamiento con anticonvulsivos y enseguida dejó de tener convulsiones musicales. Volví a verla hace poco y le pregunté si las echaba de menos. «Nada de eso», dijo. «Estoy mucho mejor sin ellas. » Pero no sucedía lo mismo, como hemos visto, en el caso de la señora O'C., cuya alucinosis era de un género mucho más complejo, más misterioso y más profundo, aunque su origen fuese cosa del azar, tenía en definitiva una gran utilidad y un gran significado desde el punto de vista psicológico.

En realidad en el caso de la señora O'C. la epilepsia era diferente desde el principio, tanto en el aspecto fisiológico como por el impacto y el carácter «personal». Hubo, durante las primeras 72 horas, un ataque, o «status» de ataque, casi continuo, vinculado a una apoplejía del lóbulo temporal. Esto era por sí sólo abrumador. En segundo término, y también esto tenía cierta base fisiológica (en la brusquedad y amplitud del ataque y en la alteración que producía del uncus de los centros emotivos profundos, de la amígdala, del sistema límbico, etcétera, en lo profundo, y en las profundidades del lóbulo temporal), había una emoción abrumadora relacionada con los ataques y un contenido abrumador (y profundamente nostálgico), una sensación abrumadora de ser de nuevo niña, en su hogar hacía tanto olvidado, en los brazos y en la presencia de su madre.

Puede ser que estos ataques tengan un origen fisiológico y personal al mismo tiempo, procediendo de determinadas zonas cargadas del cerebro, pero, asimismo, atendiendo a necesidades y circunstancia psíquicas particulares, como en el caso de que nos habla Dennis Williams (1956):

Un representante, treinta y un años (caso 2770), tenía epilepsia que se manifestaba cuando se encontraba sólo entre extraños. Inicio: un recuerdo visual de sus padres en casa, el sentimiento «qué maravilloso estar de vuelta». Lo describía como un recuerdo muy agradable. Se le pone carne de gallina, siente frío y calor, y, o bien remite el ataque, o bien se inicia ya una convulsión.

Williams expone este caso asombroso sin más comentario, y no establece ninguna relación entre sus partes. La emoción se menosprecia como puramente fisiológica («placer ictal» impropio) y no se indica tampoco la posible relación entre «estar de vuelta en casa» y estar solo. Puede que tenga razón, claro; puede que todo sea puramente fisiológico; pero yo no puedo dejar de pensar que si uno ha de tener ataques, este individuo, el caso 2770, se las arreglaba para tener los ataques adecuados en el momento adecuado.

En el caso de la señora O'C. la necesidad nostálgica era más crónica y profunda, pues su padre había muerto antes de que ella naciese y su madre antes de que cumpliese cinco años. Huérfana y sola, la embarcaron para América, a vivir con una tía soltera bastante odiosa. La señora O'C. no tenía ningún recuerdo consciente de los cinco primeros años de su vida, no tenía ningún recuerdo de su madre, de Irlanda, del hogar. Siempre había sentido esto como una tristeza profunda y dolorosa... esta carencia u olvido de los primeros años de su vida, los más valiosos. Había intentado muchas veces, sin conseguirlo nunca, recuperar sus recuerdos de infancia olvidados y perdidos. Ahora, con su sueño, y el largo «estado de ensueño» que le sucedió, recuperaba una sensación básica de su infancia perdida y olvidada. El sentimiento que tenía no era sólo «placer ictal», sino un júbilo tembloroso, profundo y conmovedor. Era, según sus propias palabras, como abrir una puerta... una puerta que había permanecido tercamente cerrada toda su vida.

Esther Salaman, en su hermoso libro sobre «recuerdos involuntarios» (A Collection of Moments, 1970), habla de la necesidad de preservar, o recuperar «los sagrados y preciosos recuerdos de infancia», de lo empobrecida y desarraigada que resulta la vida sin ellos. Habla del gozo profundo, del sentido de la realidad, que puede aportar la recuperación de estos recuerdos, y expone abundantes y maravillosas citas autobiográficas, sobre todo de Dostoievski y de Proust. Todos somos «exiliados de nuestro pasado», escribe y como tales necesitamos recuperarlo. Para la señora O'C. que tiene casi noventa años, que se aproxima al final de una vida larga y solitaria, esta recuperación de recuerdos de infancia «sagrados y preciosos», esta anamnesis extraña y casi milagrosa, que abre de par en par la puerta cerrada, la amnesia de la infancia, se la produjo, paradójicamente, un trastorno cerebral.

A diferencia de la señora O'M., a quien los ataques le resultaban agotadores y tediosos, a la señora. O'C. le parecían un alivio para el espíritu. Le proporcionaban un sentido de realidad y de vinculación psicológica, el sentido elemental que ella había perdido, en sus largas décadas de separación y de «exilio», de que había tenido un hogar y una infancia reales, que había sido mimada y amada y cuidada. La señora O'C., a diferencia de la señora O'M. que quería tratamiento, rechazó los anticonvulsivos: «Necesito esos recuerdos», decía. «Necesito que esto siga... Y acabará solo muy pronto. »

Dostoievski tenía «ataques psíquicos» o «estados mentales complejos» cuando se iniciaban los ataques, y dijo en una ocasión de ellos:

Todos ustedes, los individuos sanos, no pueden imaginar la felicidad que sentimos los epilépticos durante el segundo que precede al ataque... No sé si esta felicidad dura segundos, horas o meses, pero créanme, no lo cambiaría por todos los gozos que pueda aportar la vida. (T. Alajouanine, 1963).

La señora O'C. habría comprendido esto. También ella conocía, en sus ataques, una felicidad extraordinaria. Pero a ella le parecía el apogeo de la cordura y la salud... la clave misma, la puerta en rigor, de la salud y la cordura. Así pues, sentía su enfermedad como salud, como curación.

La señora O'C., cuando mejoró, y se recuperó del ataque, tuvo un período de tristeza y de miedo. «La puerta se está cerrando», decía. «Estoy perdiéndolo todo de nuevo. » Y realmente lo perdió, a mediados de abril cesaron las súbitas irrupciones de sensaciones y música y escenas de infancia, sus súbitos «arrebatos» epilépticos que la llevaban al mundo de la temprana infancia, que eran sin lugar a dudas «reminiscencias», y auténticas, pues, como ha demostrado irrefutablemente Penfield, esos ataques captan y reproducen una realidad, una realidad experimental y no una fantasía, segmentos concretos de una existencia y una experiencia pasada de un individuo.

Pero Penfield habla siempre de «conciencia» a este respecto... de ataques físicos que captan y reproducen convulsivamente, parte de la corriente de conciencia, de la realidad consciente. Lo que es especialmente importante, y conmovedor, en el caso de la señora O'C. es que la «reminiscencia» epiléptica se centró en su caso en algo inconsciente, en experiencias de la primera infancia, desvanecidas o desterradas de la conciencia, y las restauró, convulsivamente, sacándolas a la conciencia y al recuerdo pleno. Y por este motivo, hemos de suponer, aunque la puerta se cerró, psicológicamente, la experiencia en sí no se olvidó, sino que dejó una impresión duradera y profunda y la persona la apreció como una experiencia significativa y salutífera. «Me alegro de que sucediese», decía cuando ya había terminado. «Fue la experiencia más saludable y feliz de mi vida. No hay ya un gran sector de infancia perdido. Aunque no pueda recordar los detalles ahora, sé que está todo ahí. Hay una especie de plenitud que nunca había poseído.»

No eran palabras vanas, sino valientes y veraces. Los ataques de la señora O'C. provocaron una especie de «conversión», aportaron un centro a una vida que carecía de él, le devolvieron la infancia que había perdido... y con ella una serenidad que no había experimentado hasta entonces y que persistió el resto de su vida: una serenidad básica y una seguridad de espíritu como sólo pueden disfrutarla aquellos que poseen, o recuerdan, el pasado auténtico.

Postdata

Pacientes con sordera nerviosa grave pueden tener «fantasmas» musicales. Pero en la mayoría de los casos no puede detectarse ninguna patología, y la condición, aunque molesta, es básicamente benigna. (No está claro, ni mucho menos, por qué las partes musicales del cerebro, sobre todo, hayan de ser propensas, a estas «emisiones» en la vejez).