Como me ha parecido interesante, voy a copiar un poco del artículo de Paul Watzlawick, titulado: Profecías que se autocumplen. Dicho artículo forma parte del libro La realidad inventada, donde varios autores aportan artículos diferentes y el conjunto de todos ellos resulta atractivo de leer (en particular algunos de sus capítulos, entre ellos el que he citado de Paul Watzlawick, que es la fuente de este post).
Profecías que se autocumplen
Por Paul Watzlawick
A menudo la profecía es la causa principal del acontecimiento profetizado
Thomas Hobbes, Behemoth
Una profecía que se autocumple es una suposición o predicción que, por la sola razón de haberse hecho, convierte en realidad el suceso supuesto, esperado o profetizado y de esta manera confirma su propia "exactitud". Por ejemplo, si alguien por alguna razón supone que se lo desprecia, se comportará precisamente por eso de un modo desconfiado, insoportable, hipersensible que suscitará en los demás el propio desdén del cual el sujeto estaba convencido y que queda así "probado". Por bien conocido y corriente que sea este mecanismo, en su base hay circunstancias que de algún modo forman parte de nuestro pensamiento cotidiano y que tienen profunda y vasta significación en la imagen de la realidad que nos forjamos.
(...)
(...) en marzo de 1979 los periódicos de California comenzaron a publicar sensacionales noticias sobre una inminente reducción en el suministro de gasolina. Los automovilistas californianos se precipitaron a los surtidores para llenar sus tanques. El hecho de haberse llenado doce millones de tanques de gasolina (que en aquel momento estaban vacíos en un promedio de un 75%) agotó las enormes reservas, y de la noche a la mañana provocó la pronosticada escasez de combustible; por otro lado, a causa del afán de mantener llenos lo más posible los tanques de los automóviles (en lugar de llevarlos casi vacíos como hasta ese momento), se formaron largas colas de vehículos y la gente se pasaba horas esperando ante los surtidores; así aumentó el pánico. Luego, cuando los ánimos se calmaron, se comprobó que el suministro y distribución de gasolina en el estado de California no había disminuido de ninguna manera.
(...) La escasez nunca se habría producido si los medios de difusión no la hubieran pronosticado.
(...) consideremos el caso de un matrimonio que arrastra un largo conflicto en el cual cada uno de los miembros de la pareja supone que el cónyuge tiene originalmente la culpa de la situación, en tanto que considera su propio comportamiento sólo como una reacción a la conducta del cónyuge. La mujer se queja de que el marido se aparte de ella; él admite que así lo hace, pero sólo porque guardar silencio o abandonar la habitación es para él la única posible reacción al proceder de su mujer que permanentemente refunfuña y lo critica. Para ella, esta opinión es una tergiversación completa de los hechos: la conducta del marido es el motivo de las críticas y enojo de ella. Ambos miembros de la pareja se refieren pues a la misma realidad interpersonal pero la describen atendiendo a causas diametralmente opuestas.
(...)
Naturalmente se sobrentiende que las profecías que se autocumplen en contextos interpersonales pueden utilizarse también deliberadamente y con un fin. (...) el conocido ejemplo del casamentero en sociedades patriarcales, cuya ingrata tarea consistía en despertar el interés recíproco de dos jóvenes que, según las circunstancias, nada querían saber el uno del otro, aunque sus familias consideraban deseable el matrimonio por razones de fortuna, de posición u otros motivos impersonales. El casamentero solía proceder en estos casos del modo siguiente: iba a ver al joven y, una vez a solas, le preguntaba si no había advertido que la muchacha lo miraba insistentemente pero a hurtadillas; luego hacía lo mismo con la muchacha, a quien le aseguraba que el joven la miraba continuamente cuando ella no lo miraba. Esta predicción dada como hecho solía cumplirse muy rápidamente. También los hábiles diplomáticos conocen muy bien este modo de proceder como eficaz técnica de negociación.*
* Otra ilustración puede ser el siguiente cuento no verídico: En 1974, con motivo de una de sus innumerables visitas de mediación a Jerusalén, el ministro de Relaciones Exteriores norteamericano Kissinger sale a dar un paseo nocturno para regresar luego a su hotel. Lo aborda un joven israelí que se presenta como especialista en economía sin trabajo y pide a Kissinger que le obtenga un empleo gracias a sus numerosas relaciones. A Kissinger le agrada el solicitante y le pregunta si le gustaría ser vicepresidente del Banco de Israel. Naturalmente el joven cree que Kissinger se está burlando de él, pero éste le asegura con toda seriedad que se dará mala para conseguirle esa plaza. Al día siguiente, Kissinger llama por teléfono a París al barón Rothschild: "Tengo aquí a un joven encantador, talentoso economista que será vicepresidente del Banco de Israel, tendría usted que conocerlo; sería una joya como marido de su hija". Rothschild refunfuña algo que no suena del todo como una negativa, con lo cual Kissinger llama inmediatamente al director del Banco de Israel y le dice: "Conozco a un joven economista, muchacho brillante, precisamente el material con el cual usted podría hacer un vicepresidente de su banco... y sobre todo... imagínese usted; ¡es el futuro yerno del barón Rothschild!".
La experiencia cotidiana nos enseña que sólo muy pocas profecías se autocumplen, y los ejemplos que hemos dado hasta ahora deberían dar la razón de ello: sólo cuando se cree en una profecía, es decir, sólo cuando se la ve como un hecho que ya ha entrado, por así decirlo, en el futuro, puede la profecía influir en el presente y así cumplirse. Cuando falta este elemento de la creencia o de la convicción, falta también el efecto. Investigar cómo se construyen estas profecías y a qué mecanismos responden sobrepasaría ampliamente el marco de este ensayo. Son demasiados los factores que aquí entran en juego (...), hasta hechos curiosos como la afirmación (quizá no demostrada pero sí probable) de que desde que en febrero de 1858 Bernadette tuvo la visión de la Virgen María, solamente peregrinos, pero ningún habitante de Lourdes, fueron objeto de curas milagrosas.
(...)
Algunas de las investigaciones más seguras y elegantes de profecías que se autocumplen en la esfera de la comunicación humana están vinculadas con el nombre del psicólogo Robert Rosenthal de la Universidad de Harvard. Citemos aquí sobre todo su libro de tan acertado título Pygmalion in the Classroom, en el cual el autor comunica los resultados de sus experimentos llamados Oak-School. Se trata de una escuela de dieciocho maestras y más de seiscientos cincuenta alumnos: La profecía que se autocumple se introdujo en el cuerpo docente del modo siguiente: antes de comenzar el año escolar los alumnos debían ser sometidos a un test de inteligencia y se comunicó a las maestras que, según el test, había un 20% de alumnos que durante el año escolar harían rápidos progresos y tendrían un rendimiento por encima del término medio. Después de la administración del test de inteligencia pero antes de que las maestras entraran por primera vez en contacto con sus nuevos alumnos, se entregaron a las maestras los nombres de aquellos alumnos (en verdad la lista de esos nombres se confeccionó eligiéndolos por entero al azar) de quienes podría esperarse con seguridad un desempeño extraordinario según los tests. De esta manera, la diferencia entre estos alumnos y los demás chicos estaba solamente en la cabeza de su maestra; al terminar el año escolar se repitió el mismo test de inteligencia administrado a todos los alumnos, y efectivamente resultaron cocientes de inteligencia superiores al término medio en aquellos alumnos "especiales"; además el informe del cuerpo docente señalaba que esos niños aventajaban a sus condiscípulos también en conducta, en curiosidad intelectual, en simpatía, etc.
San Agustín agradecía a Dios por no ser responsable de sus sueños. A nosotros nos falta hoy ese consuelo. El experimento de Rosenthal es sólo un ejemplo, aunque particularmente claro, de los profundos y determinantes efectos de nuestras expectativas, prejuicios, supersticiones y deseos -es decir, construcciones puramente mentales a menudo desprovistas de todo destello de efectividad- sobre nuestros semejantes, y también es un ejemplo de las dudas que estos descubrimientos pueden suscitar sobre la cómoda suposición del sobresaliente papel que desempeñan las predisposiciones heredadas e innatas. Porque lo cierto es que estas construcciones pueden tener efectos no sólo positivos sino también negativos. Somos responsables no sólo de nuestros sueños sino también responsables de la realidad que engendra nuestros pensamientos y esperanzas.
Sería sin embargo un error creer que las profecías que se autocumplen se limitan sólo a los seres humanos. Sus efectos llegan a estadios de desarrollo prehumano y en este sentido son casi más espantosos. Aun antes de que Rosenthal realizara su experimento de Oak-School, en su libro publicado en 1966 informaba sobre un experimento análogo realizado con ratas, experimento que en los años siguientes fue repetido por muchos investigadores, quienes confirmaron los resultados. A doce participantes en una práctica de psicología experimental se les dictó un curso sobre investigaciones que demostraban (presuntamente) que mediante cría selectiva de los animales se podían obtener desempeños relativamente buenos de ratas (por ejemplo, en experiencias de aprendizaje con laberintos). Seis de los estudiantes recibieron luego treinta ratas cuyos antecedentes genéticos las convertían supuestamente en animales de experimento buenos e inteligentes, en tanto que los otros seis estudiantes recibieron treinta ratas de las cuales se había asegurado lo contrario, es decir, que se trataba de animales que, a causa de su origen hereditario, no resultaban adecuados para los experimentos. En realidad las sesenta ratas eran de la misma especie, como suele hacerse en experimento de esta naturaleza. Los sesenta animales fueron sometidos al mismo experimento de aprendizaje. Las ratas cuyos instructores creían que se trataban de animales particularmente inteligentes se comportaron desde el principio no sólo mejor sino que soprepasaban en mucho a los animales "no inteligentes". Al terminar el experimento de cinco días se pidió a los jóvenes experimentadores que además de reportar los resultados del experimento evaluaran subjetivamente a sus animales experimentales. Los estudiantes que "sabían" que estaban trabajando con animales "no inteligentes" pasaron por consiguiente informes negativos sobre ellos, en tanto que sus colegas que habían experimentado con ratas supuestamente mejor dotadas juzgaron que sus animales eran simpáticos, inteligentes, sagaces, etc., y además declararon que a menudo los habían tocado, los habían acariciado y hasta habían jugado con ellas. Cuando consideramos cuán descollante es el papel de los experimentos con ratas en la psicología experimental y especialmente en la psicología del aprendizaje y cuando pensamos que de esos experimentos a menudo se sacan conclusiones sobre la conducta humana, no podemos dejar de estimar un tanto cuestionables semejantes conclusiones.
(...)
Precisamente porque estos experimentos conmueven y sacuden nuestras ideas fundamentales nos resulta muy fácil hacerlos a un lado y aferrarnos a la agradable seguridad del familiar orden cotidiano. El hecho de que la psicología de los tests mentales, por ejemplo, pase por alto estos chocantes resultados y continúe con obstinada seriedad y con científica "objetividad" administrando tests a hombres y animales es sólo un pequeño ejemplo de cómo todos nos ponemos a la defensiva cuando vemos amenazada nuestra imagen del mundo. (...) Notemos aquí tan sólo que una parte esencial del efecto autocumplidor de los diagnósticos psiquiátricos descansa en nuestra firme convicción de que todo lo que tiene un nombre debe por eso mismo existir realmente. Los diagnósticos psiquiátricos deberían hacerse teniendo en cuenta esta convicción.
Ciertamente desde hace mucho tiempo se conocen diagnósticos "mágicos" en el cabal sentido de la palabra. En un trabajo ya clásico, Voodoo Death, el fisiólogo norteamericano Walter Cannon describe una cantidad de casos de muertes misteriosas repentinas y difíciles de explicar científicamente; se trata de muertes por maldiciones, hechizos o por la trasgresión de un tabú que entraña la muerte. Un curandero maldice a un indio brasileño y éste es incapaz de defenderse de sus reacciones emocionales a esta sentencia de muerte, de manera que muere unas horas después. Un joven cazador africano abate y come sin saberlo determinada gallina silvestre relacionada con un tabú. Cuando se da cuenta de su crimen cae en desesperación y muere a las veinticuatro horas. Un curandero de los bosques australianos apunta con un hueso provisto de fuerzas mágicas a un hombre. Persuadido de que nada lo podrá salvar de a muerte, el hombre cae en letargo y se prepara a morir. A último momento lo salvan otros miembros de la tribu que obligan al curandero a levantar el hechizo.
(...)
¿Hasta qué punto un médico puede y debe revelar a su paciente, no sólo la gravedad de la enfermedad, sino también los peligros que el tratamiento mismo entraña? Esta pregunta se hace más retórica, por lo menos en ciertos países. El riesgo que corre un médico de que un abogado especializado le entable un proceso por ejercicio inescrupuloso de la profesión , porque no instruyó a su paciente sobre los últimos detalles técnicos de su mal y del tratamiento, hace que por ejemplo en los Estados Unidos muchos médicos se aseguren contra esta eventualidad. (...)
Como a los ojos del paciente el médico es, por así decirlo, un mediador entre la vida y la muerte, las declaraciones del médico pueden convertirse muy fácilmente en profecías que se autocumplen. Hasta qué sorprendente grado esto es posible se revela en el informe de un psicólogo norteamericano, Gordon Allport. En este caso lo extraordinario consiste en que por obra de un malentendido una profecía de muerte se transformó en una profecía de vida:
En un hospital rural de Austria yace un hombre gravemente enfermo que está a punto de morir. Los médicos que lo atienden le han comunicado que no pueden diagnosticar su enfermedad, pero que probablemente podrían ayudarlo si conocieran el diagnóstico. Le dicen además que un célebre especialista visitará el hospital en los días siguientes y que tal vez sería capaz de reconocer la enfermedad. Pocos días después llega, en efecto, el especialista y hace su ronda por el hospital. Al llegar a la cama de aquel enfermo le echa sólo una fugaz mirada, murmura "moribundus" y se marcha. Años después aquel hombre va a ver al especialista y le dice: "Hace ya mucho tiempo que quería venir a verlo para agradecerle su diagnóstico. Los médicos me dijeron que tenía posibilidades de salvar mi vida si usted podía diagnosticar mi enfermedad y, en el momento en que dijo usted 'moribundus', supe que me salvaría".
El saber sobre el efecto curativo que tienen las predicciones positivas es indudablemente tan antiguo como la creencia en las inevitables consecuencias de maldiciones y hechizos. (...)
Lo dejo aquí; creo que he citado ya lo más relevante y ameno de este artículo. Espero que a alguien le guste...
miércoles, 25 de marzo de 2009
Profecías que se autocumplen
Publicado por
Simbad el internauta
en
7:37 p. m.
Etiquetas: creencias, psicología
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Muchas gracias por compartir.
Publicar un comentario